La bufanda de Bolaño
Más frío que la lluvia de Rottenman
que apagó sus llamadas telefónicas,
más frío que el ático donde dormía con peucos,
más frío que una cuna abandonada
al otro lado del océano,
más frío que los pulmones antes del primer LM,
más frío que el ángel negro elevando la guadaña,
más frío que el mármol de su tumba
por más que la besen docenas de hijos,
más frío que el tiempo robándole
el pan de la cosecha justa,
que las noches de Blanes en enero,
era el despacho donde
le ceñía al mundo su bufanda
como para salvarlo.
Más frías que un café olvidado
a la izquierda del teclado,
eran las paredes invisibles
que sólo las chinchetas sujetando pedazos de novela
hacían palpables.
A sus espaldas la vieja alacena
de puertas de cristal, como un glaciar ajeno.
El bastón de House
Por sus venas corre sangre
de niño que se expone al precipicio,
y también es la respuesta al enigma
de la Esfinge: el dolor
es cefalópodo. El miedo
al dolor, invertebrado,
la misma sustancia de la vida.
La madera es latido,
por eso el doctor House no deja nunca
de caminar. El corazón golpea
la tierra firme, cae de su mano,
rebota con su punta de goma
y sigue vertical.
Los dedos lo sostienen como imanes.
Dos pastillas y esa pierna que sobra
desaparece. En las camas
la vida de otros hombres se licua.
Su bastón es de mangle, no echa nunca raíces,
y un ecocardiograma localiza la aorta
en su empuñadura.
Arma y alma palpitan,
se aísla a la pata coja
-ha caído hace tiempo la pizarra-,
corre con los pies quietos en el suelo
para llegar a tiempo.
Las bragas de Liv Tyler
El mejor fetiche es el que no existe.
Guardamos las reliquias colindantes del fuego.
Su perfume nos traerá la juventud perdida.
La pamela de Givenchy negra como su pelo,
la capucha de seda y plata que salva a Arwen
de la humedad del bosque,
el color que sólo cobra vida
posado en la blancura que en su carne revienta.
El ángel ha dejado una lágrima
porque el mundo agoniza.
Los ojos más profundos que la inmortalidad.
La voz que le da al agua
violentas crines.
La belleza perfecta no permite el pecado.
Qué lástima que Tolkien no escribiese
como sobre las minas del enano
o las cumbres nevadas,
de la ropa interior de las princesas elfas.
El piercing de Silvia Saint
Este mundo ha dañado
todo lo que era hermoso.
La trenza de la amada
hubo un tiempo en que nos salvaba
de un caída libre desde el cuerno
de la luna.
Si una vez alcanzamos el placer más extremo,
el único trofeo nos convierte
en ladrones de joyas:
el diamante que lucen los cerrojos
en los ombligos
es la china en el zapato del amor.
Buscamos esa muerte secretada a las puertas del sexo,
y vemos que ha sido rasurada.
El cambio climático ha esquilmado
los montes de Venus: eran huesos
pero daban oxígeno y verdor a nuestro miedo.
No hay memoria del éxtasis
en la piedra tallada y en el metal precioso,
sino en el vello púbico cortado con temblores
como un ticket para el viaje incierto.
La barandilla de Pinilla
Ramiro se levanta cada día
sin saber si la playa de su infancia
sigue siendo accesible a sus piernas
y a su memoria.
Un amigo le ha puesto en la escalera
a las puertas de casa,
barandilla robusta de madera de teca.
Es demasiado, dice, no hacía falta tanto.
Pero su amigo quiere que la mano
de Ramiro desgaste la madera
muchos años felices.
Él nos habló del roble del origen del mundo,
y de la higuera como una condena.
Un día perdió el pelo,
luego vio que desnudo se sube más ligero
por riscos y venganzas.
Tal vez lance la boina a los arbustos
antes de acariciar la barandilla
una última vez, en la recta final
hasta su paraíso, la playa de Arrigúnaga
y su madre, tras la puerta.
La madera que sigue respirando
le hablará del calor de los amigos.
El acordeón de Julieta Venegas
Puedo ser
delicado y esperar,
darte tiempo para darme
todo lo que tienes.
Pero la verdad es que me conformo
con el acordeón, porque ya goza
tus dedos ubicuos y el vaho de tu voz,
tu abrazo y las correas
que lo metabolizan
como un latido más sobre tu pecho.