JC: Una vez le oí decir que habría que eliminar todos los libro de García Montero de las estanterías estudiantiles y sustituirlos por las obras completas de Francisco Pino, Carlos Edmundo de Ory y Nicanor Parra. ¿De verdad cree que son incompatibles? ¿Es necesario ser tan radical?
GE: No creo que se trate de una cuestión de incompatibilidad. Sencillamente, unos ocupan el lugar que otros merecen. Lo ideal sería que los estudiantes leyeran las obras de todos estos autores, y después escogieran, dando lugar a hermosas variaciones y polimórficas estanterías. Pero me temo que para que esto suceda hace falta algo mucho más radical que una simple frase. El problema reside en que, cuando yo estudié en la universidad, ningún profesor me habló de Paco Pino ni de Aníbal Núñez ni de tantos otros que vine a descubrir en al azar de las cafeterías. Hay que volver a analizar el canon y, sobre todo, sus alrededores.
JC: De todos modos, no me negará que hay un encanto especial en descubrir a autores en el azar de las cafeterías... Pero dígame, ¿qué es ese algo mucho más radical que usted reclama? ¿Qué quiere decir cuando afirma que hay que cambiar el canon y sus alrededores? ¿El canon es impuesto por grupos dominantes o surge de una manera espontánea según la época?
GE: Siguiendo a Jarry, una verdadera actitud radical abogaría por aumentar la confusión para verlo todo mucho más claro. Que el círculo concéntrico -cada vez más círculo y más concéntrico- de lo convenidamente poético estallara, por presión o por aburrimiento, y manaran las voces desmandadas que reivindican el acto poético por encima del poema. Regresemos a la oralidad, a los aedos, a las liras eonias, y nos lucirá el pelo como a Tzara. Se podría inaugurar, más pronto que tarde, alguna que otra uni-diversidad. El canon es una chapuza. Su periferia, una reserva natural.
JC: En una entrevista realizada en 1982, Jaime Gil de Biedma dijo que la poesía moderna está encerrada en una página y que es leída mentalmente, que la poesía empezó por ser canto, pero que la separación se consumó hace ya muchos años. ¿Habría que volver a la figura del trovador? ¿No desempeñan esa función los cantantes?
GE: Poesía es canto y siempre lo será. Su componente principal e ineludible es la música, un susurro de abejas que sonaba. El problema es que, en realidad, la poesía ha evolucionado, pero el concepto que se tiene de ella no. En el Siglo de Oro las lecturas se acompañaban con fídulas y pífanos, que eran los instrumentos más a mano. Hoy contamos con muchos más, con miles de herramientas que pueden enriquecer el hecho poético (ordenadores, recursos visuales, experimentación...). También se puede mirar hacia otra parte, claro. Hay que volver (hacia adelante) al cibertrovador.
El oficio de los cantantes no es reinventar el lenguaje. El del poeta sí.
JC: Con estas tres respuestas ha quedado más o menos clara su concepción de la poesía, su poética. Dígame una cosa, ¿qué tal se llevan en usted el "analista poético" y el poeta? En este sentido, Aníbal Núñez -poeta al que sé que admira profundamente- dejó escrito lo siguiente: "Una voz (...) me sugiere que la reflexión sobre la tarea poética nunca está de más y que esa propia reflexión no deja de ser materia poética. Otra voz, no sé si opuesta, me recuerda que no son simultáneos -ni acaso compatibles- el afán analítico y el deliquio creativo". ¿Se llevan bien en usted ambas voces?
GE: Estoy completamente de acuerdo con Aníbal. En todo creador conviven, sí, un artesano y un crítico. Pienso también que hay grandes artesanos que son pésimos valorando su trabajo, y viceversa, lo que tergiversa no pocas veces el resultado de la obra. Me gusta pensar que todo trabajo artístico consiste simplemente en traer al mundo algo que antes no existía: formular una pregunta y encontrar una buena respuesta para ella. La calidad del trabajo dependerá tanto de la calidad de esa pregunta como de la calidad de la respuesta. En este sentido, ¿realiza la pregunta el crítico y el creador la responde, o sucede exactamente lo contrario? Es muy posible que ambas funciones se solapen durante todo el proceso creativo. Y, sin embargo, es sorprendente la cantidad de buenos críticos que son pésimos escritores. Supongo que el analista soporta la trágica condena de tener que llegar a alguna conclusión, mientras que el poeta, como se puede apreciar en esta vacilante respuesta, puede hundirse en la duda y celebrarlo.
JC: De todos modos, creo que es más trágica la condena del escritor que la del analista literario. La crítica, a fin de cuentas, es un oficio o un divertimento; en cambio, la escritura, si es de verdad, es un abismo o conduce a un abismo, es una pelea en la que sabes que no puedes ganar. Nunca estás a la altura de tus sueños y, además, al final sólo aguarda el olvido... ¿No lo ve así?
GE: Discrepamos por vez primera, querido entrevistador. El escritor que sufre debería plantearse buscar otro trabajo. No hay mayor divertimento que el de cuadrar un verso, perseguir una rima o encontrar un adverbio. El olvido no importa. La escritura, si es de verdad, es un juego divino en el que, por supuesto, hay algún episodio doloroso. Pero olvidemos ya el siglo XIX. Nadie escribe obligado. La escritura, como la lectura, es más que nada un ejercicio que persigue el placer. Otra cosa es la exigencia personal, la insatisfacción permanente, el constante afán por superar la altura conseguida. Es la del crítico la más terrible condena: repetir lo que conoce de sobra y anonadarse ante lo que no conoce. ¿Puede un crítico, tras varios años de desarrollar su tarea, permitirse aún la sorpresa, y contarlo?
JC: No se preocupe, me encanta discrepar, pero no enquistemos aquí la entrevista. Permítame que le haga una pregunta odiosa por vaga y típica. ¿Qué diría del panorama poético actual? ¿Qué nombres destacaría del presente? ¿Cómo ve a los jóvenes poetas de hoy?
GE: El panorama poético actual, en mi opinión, se articula en torno a un centro de autores consagrados y comercialmente válidos. Alrededor de este centro existe una congregación de advenedizos y farsantes que no desean otra cosa que acceder a este corazón podrido, a pesar de que lo critiquen. Es en la segunda y tercera capas periféricas, hoy más que nunca, donde se encuentran los autores que a mi entender están desarrollando obras verdaderamente vivas. Los que trabajan la poesía y huyen de lo mil veces dicho y conocido y por tanto de ese corazón viejo del establishment. El silencio que envolvió a Pino o Aníbal se repite hoy con José María Parreño o Marcos Canteli. Por no hablar del desconocimiento generalizado sobre poesía visual, polipoesía o poesía sonora, tan absolutamente imprescindibles para entender el devenir de la poesía actual. Se está poniendo realmente difícil acceder a la verdadera poesía de hoy, en parte por la mala gestión de las instituciones que repiten las mismas nóminas de autores en una mímesis peligrosísima. Necesitamos mejores escritores, mejores editores y mejores lectores de poesía. Contra la desesperanza, Alberto Santamaría, David Vegue, Hugo Mújica, María Eloy García, Tina Suárez y muchos otros más, gracias al cielo.
JC: Hablemos ahora de su poesía, concretamente, de los dos libros con los que amenaza, Fatiga de materiales y Todos los pecados del mundo. ¿Se publicarán simultáneamente? ¿Fue su escritura paralela?
GE: Fatiga de materiales acaba de salir de una imprenta valenciana después de casi diez años dando vueltas. Antes no estaba seguro de que el destino de esos poemas fuera un libro. Ahora tampoco, pero, como sabía Borges, la única forma de terminar un texto es entregarlo a la imprenta. Además lo publica una pequeña editorial, Ediciones Trashumantes, dirigida por el terrorista cultural David Moreno, que además de agitar domina ese mágico mundo de la tipografía y la edición cuidada. La mayor parte de los poemas de Fatiga habían nacido ya en revistas, y se habían oído en recitales. Ahora caminan solos. Todos los pecados del mundo es una revisión de la tragedia urbana, una denuncia de la sociedad del espectáculo, un antiedipo, un sísifo cantándole a su piedra en el barrio madrileño de Lavapiés. Se trata de un único poema de más de dos mil versos, una balada beat en la que aprovecho para contar todo lo que he ido viendo en este 2006 que ya termina. Todas las escrituras son, de algún modo, paralelas y convergentes. Este libro lo publicará la editorial Amargord, a principios de 2007, acompañado por un cd.
JC: Ya para terminar, puesto que dicen que el fin del mundo está cerca, ¿qué está tramando en la actualidad? ¿Algún plan confesable? ¿Cree que es posible la poesía en el S. XXI?
GE: Preparo la versión 3.0 de mi recital digital, que indaga en las posibilidades de las nuevas tecnologías aplicadas al hecho poético. También ofreceré un taller sobre este tema. Viajaré a Milán en febrero para participar en un encuentro de poesía que se celebra en el Piccolo Teatro de Milán. Quiero organizar un encuentro internacional de poesía en Madrid. Presentaré Fatiga de Materiales en varias ciudades. Trabajaré con el videoartista César Bakken en la versión visual de Todos los pecados del mundo. Seguiré desarrollando el proyecto Poesíes, Poesía en los Institutos de Educación Secundaria, con el que represento junto a María Salgado unas clases dramatizadas sobre poesía del siglo XX. Cumplirá dos años la revista Circo de Pulgas, que codirijo junto a Salgado. Presentaré una nueva revista de arte visual, Par(ént)esis, que acabo de diseñar para la editorial Mar Futura. De esto me acuerdo, de momento.
La poesía en el siglo XXI es más necesaria que nunca. Esta frase hecha se apoya en la aparición de revistas, editoriales, antologías, premios, centros, salas, instituciones y universidades que apuestan por la poesía de forma decidida. Nunca ha existido una mayor tormenta de poetas. Que llueva. La poesía es imprescindible, aunque no sepamos para qué. Y en los momentos convulsos, cuando todas las disciplinas artísticas se apagan, viene la palabra con su carga eléctrica a recordarnos que es necesaria, que es música, que es.