Reseña de Persépolis.
Autora: Marjane Satrapi.
Traducción: Albert Agut. Rotulación: Estudio Din&Mita.
Ed. Norma Editorial.
El 31 de octubre se estrenó en unas pocas salas españolas la película seleccionada por la academia de cine francesa para participar en los Oscar de Hollywood. Ganadora del premio especial de Jurado en Cannes 2007, Persépolis es el salto a la gran pantalla del aclamado cómic de título homónimo de la autora iraní Marjane Satrapi.
Como por oposición a la marea de fantasía que suponen las historias de espada y brujería, de ciencia-ficción o de superhéroes que han dominado y dominan los argumentos de los tebeos, el nuevo público de la llamada "novela gráfica" busca relatos realistas ligados a la crónica social y el diario íntimo. Persépolis narra la vida de su autora en Irán desde la revolución islámica de 1979 hasta su definitiva marcha a Francia en 1994. Afortunadamente, Satrapi no sólo habla de Satrapi. La obra ofrece una amplia visión de los acontecimientos desde el punto de vista testimonial sin caer en maniqueísmos. La familia de Satrapi no es ni la más pobre ni la más humilde ni representa a los que peor lo han pasado en Irán, pero su relato habla sin tapujo de la represión, la emigración, la solidaridad, el racismo, el rechazo de tus semejantes, la muerte, el amor o la soledad, con grandes dosis de autocrítica.
Muchos de los diarios personales que han ido apareciendo hasta la fecha adolecen no sólo de la profundidad y universalidad de esta obra, sino también de su empatía. Bastantes historietistas de autobiografías acostumbran a centrarse en los detalles individuales de sus vidas sin, al parecer, analizar si serán interesantes o aportarán algo al público o al medio. Trabajos como Pobre cabrón de Joe Matt o Los juncos de Sandra Uve se convierten así en aburridos ejercicios de egolatría, comparables a un stroyboard de Gran Hermano. A veces, tampoco acostumbran a atender al dibujo, o adoptan intencionadamente uno de apariencia descuidada sin sopesar si se adecua a la historia, bajo la errónea convicción de que, en este tipo de obras, lo esencial es la narración. Si esto fuera realmente cierto, querría decir que las viñetas no se consideran parte del relato, sino más bien yuxtapuestas al mismo, una razón clara por la que hubiera sido mejor escribir una novela que un tebeo.
Satrapi posee un estilo propio de tendencia marcadamente naíf, con un uso de la perspectiva rudimentario y un entintado plano, sin volúmenes. Sin embargo, consigue conectar con el lector a través de la expresividad de los rostros de los personajes. La aparente ingenuidad de estas caricaturas choca brutalmente con la crudeza del mensaje que transmiten. Se aprecia en ellas, además, reminiscencias de la pintura persa tradicional, no sólo en motivos o en referencias de personajes históricos y míticos, sino, por ejemplo, en los marcados ojos almendrados de los personajes y en la ausencia de profundidad, vinculándose así al relato que cuentan. La película ha rehecho acertadamente el estilo de Satrapi sin hacerle perder originalidad. Los personajes han tenido que ganar volumen y han perdido su toque infantil, pero mantienen la sobriedad del blanco y el negro. La animación ha sido cuidada y, visualmente, resulta un filme impecable.
Desgraciadamente, la riqueza de crítica y la diversidad de tramas, pequeñas historias ajenas de personajes secundarios, han debido ser recortadas, eliminadas o modificadas, centrándose en la protagonista. Marjane Satrapi, quien ha codirigido la película con el también historietista y cineasta Vincent Paronnaud, se autoconvierte en la pantalla en una especie de heroína transgresora más que en una víctima entre muchas de gobiernos represores. El mensaje ha sido politizado, volviéndose descaradamente izquierdista y haciendo una crítica muy simple, comparada con la complejidad de su obra en papel, donde los buenos son íntegros afrancesados y los malos, integristas musulmanes. El error que no cometió la primera vez, ha acabado surgiendo entre fotograma y fotograma. Y es que cuando el ego crece, todo lo demás mengua.
Ante visiones tan ignorantes y ridículas, las obras como Persépolis son necesarias. El ayatolá Jomeini ofreciéndole el puesto de embajador al Joker, imagen deformada de Irán asociado al mal, en Batman #428, DC Comics, 1988.