La tierra nos mira con su ojo telúrico, ojo tuerto, ojo río de fuego.
¿El ojo ha nacido así de grande o es que ha nacido viendo tanto?
El amante desconoce su composición, y por ello su pasado.
Ese ojo despierta a la pregunta de si todo es ceguera, o si la tierra y el fuego y el amante son visión.
Sabe que una vez abierto ya no puede cerrarse a la duda.
Sabe que cualquier otra cualidad lo deja solo, videntemente solo.
Ahora quizás sabe que nosotros también lo hemos visto.
Ser visto sin verse, qué dureza.
El flujo vidente es cristalino, acuoso y eléctrico. Entras o no.
Si entras, ya nada es como antes. Lo visto es un banquete. Es la digestión a otra dimensión.
Éste es nada menos que un ojo rescatado, desenterrado, con todo lo que lleva visto.
Es un ojo expuesto al semejante. Una oportunidad de confrontarse y trasvasarse antes de cerrarse.
El amante es piados, toma el ojo de la mano. Qué poca cosa puede decirse.
¡Cómo puede haber tanto que ver sin verse!
Sigue viendo, por lo que más quieras.