Suma de ausentes voces esta nada
la sombra de una vaga sepultura...
Julio Cortázar, !Tombeau de Mallarmé"
El aire de verano se me antoja una confabulación de sombras cubriendo las tumbas, urdiendo quizás una esquiva caricia con las ramas que bajan y se enredan por entre piedras, hojas secas y flores marchitas, alterando apenas el quieto rumor del camposanto en Montparnasse. La tarde se dibuja fuerte en el contraluz del mediodía, cargada de un rumor acumulado de cientos de años y miles de seres que ahora ya son parte de la tierra; polvo eres y a la tierra has vuelto, parecen decir las hojas que el viento agita con un susurro leve entre los árboles y se manifiesta - casi se palpa- cuando uno entra por la calle principal del cementerio, organizado como una urbanización con avenidas, paseos y glorietas, donde el visitante parece advertir de repente el aleteo etéreo de incontables memorias en reposo. Es cierto que hay algo elemental - viviente - que toma forma en el mórbido placer de recorrer indiferente las tumbas adornadas o humildes; último recinto de magnates, de industrialistas e inventores; de bohemios, rapsodas y beodos; de poetas, amantes y prelados; e incontables "Don-Nadie" que duermen por doquier el largo sueño de los justos; bajo piedra, cemento, cal, ladrillo y mármol blanco; o negro catafalco de bordadas orlas y refulgente oficio. Como fotógrafo he venido de visita, a producir un registro de las tumbas donde yacen unos cuantos de mis héroes personales y, si en principio la curiosidad me desvió ligeramente de rumbo, pude luego corregir mi propósito y encontrar en el mapa, con ayuda de un eficiente empleado del lugar, las que estaba buscando con más esmero que buena fortuna. Así logré llegar, finalmente, a plantarme frente a la tumba de Julio Cortázar (el querido Julio, hermano mayor de mis congéneres, profeta y brújula de una ya lejana adolescencia) y respirar profundo, mientras el brillo intenso del sol sobre la blanquísima lápida me enceguecía repentino. Las letras de su nombre aparecen ya borradas tras casi veinticuatro años de lluvias y vientos parisinos. Un ramo de rosas deshechas por el abusivo desdén de la intemperie pedían a gritos una mano piadosa. Julio, cuántas Magas habrán deshojado margaritas sobre tu blanco lecho... Acto seguido, fui buscar el sitio de reposo de la ensayista y escritora, a más de extraordinaria crítica de la fotografía, Susan Sontag. Allí, a los pies de su tumba, donde letras doradas proclaman su nombre, pude evocar su memoria y dejar a manera de remembranza unas cuantas piedrecillas sobre el catafalco, como acostumbran los judíos, para con ello indicar que la memoria continua viva. Comparada con muchos en este vecindario, ella es una recién llegada y está enterrada allí ex-profeso, bajo un imponente y costoso pedazo de piedra semejante al ónix, cuya pulida superficie negra era tan intensa que le disputaba el brillo a la tarde reflejada en ese oscuro espejo. Posteriormente me hallé frente a una tumba cuya lápida escueta anuncia en letras sencillas el nombre de los amantes eternos: Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir; juntos al fin de cuentas, después de tanta vida y tanta historia. La blanca sepultura me pareció tan humilde como un cumpleaños de familia pobre, adornada en desorden con papelitos de colores y mensajes escritos fugazmente en la contracara violeta de los tiquetes del metro y dejados allí a manera de responsos por muchos visitantes. Finalmente, antes de marcharme después de dos horas de ires y venires, la coincidencia me llevó hasta la tumba del príncipe de la generación de los poetas malditos, Charles Baudelaire. Este hallazgo, paradójicamente, me resultó más emotivo, quizás por la cercanía que me une a un hombre que dejó de existir hace ya 140 años, aún iluminado en la memoria por el retrato de Nadar. El poeta de Las Flores del Mal reposa para siempre en la misma sepultura de su madre y su padrastro, al decir de la escritura en piedra, la cual ya ha comenzado a dar muestras del paso inexorable de los años. Al salir del cementerio, un poco exhausto, la verdad sea dicha, me prometí para mis adentros que la próxima vez iría a visitar la tumba del poeta peruano César Vallejo y a los fotógrafos Brassai y Man Ray. Ya veremos.