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Fotografías: Pepa Llausás
Pudiera ser, tal vez, ésta hora de la noche quien me aproxima a ti de un modo en el que apenas percibo que me acerco. Sin pensamiento, tu olor inunda todo cuanto brota de la yema de mis dedos. Es apenas esa perfección en la curva de tu cuello derivando hacia tu espalda la última sensación concreta que recuerdo. Después, todo es caída, vértigo, aguacero. He visto llover tantas veces... y no conservo ninguna gota que no llegara de ese recodo del mundo en que te escondo. Todos los bordes de todas las cosas en que me pierdo y me decanto conjugan tus curvas y mis recovecos como la única posibilidad de mis dedos. Así me alcanza, otra vez, ésta hora de la noche amarrada al diseño de mis señas de hembra dibujadas por el contorno de tus huesos, escarabajo de abril descifrando húmedos universos. No digas nada, no te muevas, justo aquí entre esta vértebra y este malecón de piel se me ha perdido un enjambre de azucenas que guardan la llave de mis caderas. Este perfil fue mío, tal vez alguna vez, hace tanto tiempo de eso... ahora no me acuerdo de nada antes de que tú me tradujeras en nido de abril siempre fresco, siempre mojado a punto de florecer. Ven, déjame que siga hasta un poco más abajo dónde todos los perfiles son redondos, livianos y divinos, aquí se ahogan las manos ciegas de envidias de otros tactos, caracoles amantes de los abismos que nunca vieron lo que tocaron. Orquídeas hermafroditas enamoradas de sus propios contornos de lunas y dunas que se derraman olorosas como flores ciegas sedientas de lluvia.
Molde encendido en acuosas llamas de incendios recién florecidos, besos de araña metódica y laboriosa dibujándome en el aire caderas de espuma que se doblegan, abiertas, amables para girarse buscando tu boca y descubrir, otra vez que es la almohada lo que adornan.