LUKE nº 84

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Opinión

Cruce de caminos

La perversión del lenguaje

maría luisa balda

margarita

Decir que los hechos cobran realidad sólo si son nombrados es ya un tópico. Sabemos que el silencio es la varita mágica que hace desaparecer cualquier realidad. Y, cuando se pretende que algo no tenga entidad, que nadie se ocupe de ello, se utiliza el silencio como un arma. Al utilizar esta estrategia, lo ocurrido escapa de lo real y se pierde entre montones de situaciones y personas adrede ignorados.

Pero en otras ocasiones se utilizan otros ardides. No se silencia el hecho concreto, pero se desfigura su sustancia, y se pretende que no existan más interpretaciones que las dichas a viva voz. El núcleo de los hechos, entonces, se vacía para llenarse de contenidos falsificados. Y así, quienes intentan tergiversar acontecimientos y palabras, llegan a la perversión del lenguaje (porque perversas son las intenciones y los enunciados de quien, a sabiendas, habla o escribe mentiras pintándolas de verdad).

Esta forma de nombrar resulta entonces más nociva que el silencio porque, a través de artificios -construidos sobre un minúsculo punto de realidad-, se busca confundir a quien presta atención a lo dicho o a lo escrito.

En concreto, algunos profesionales de la comunicación y determinados políticos manipulan el lenguaje de tal forma que retuercen cualquier hecho, hasta darle una interpretación partidista y para ellos provechosa. Con este lenguaje, utilizado para ganar adeptos -creyentes de una realidad adulterada-, se construye un modo de discurso que anula la capacidad de pensamiento y análisis de quienes lo atienden. Un discurso que busca recoger prontos beneficios, sin importar los medios que se utilicen para este fin (que, en el caso que nos ocupa, serán votos, índice de audiencia o cualquier otro apoyo de la población). Y, con estas artes, últimamente nos están conduciendo a debates y enfrentamientos, irrelevantes en su esencia pero a menudo graves en sus consecuencias. Y levantan una espesa niebla que oculta las preocupaciones reales de los ciudadanos. Y estropea la convivencia.

Pobres palabras. Maltratadas. A golpe de látigo se las hace construir argumentos compatibles con el legendario lavado de cerebro. Palabras con las que se obliga a un modo de fidelidad ciega; ese estilo de lealtad que se exige a los miembros de las sectas. Y los incautos seguidores, atrapados por la elocuencia de algunos dirigentes y de otros voceros, son manipulados y sometidos a la ley que marcan esos "guías espirituales" (quienes les hacen creer que, si no muestran incondicionalmente su adhesión, serán unos traidores).

En conclusión, podemos aventurar que soportamos a ciertos personajes que manipulan con tal habilidad el lenguaje que su discurso no desentonaría con el empleado por los gerifaltes de una secta.

Pero, aun envuelta como todos en esta mezcolanza de intereses poco nobles, aun inmersa en una realidad adulterada, no quiero perder el optimismo y pensaré, como decía el otro día (24.03.07) Muñoz Molina, que "Ahora que entre los unos y los otros, parecen empeñados en dejarme sin país, con la energía y el fervor demente de Groucho Marx cuando desguazaba un tren lanzado a toda velocidad para alimentar la locomotora, tengo al menos la tranquilidad de que no voy a quedarme sin mi idioma". Su idioma y mi idioma. Nuestro idioma. Ese rico lenguaje que nos pertenece, y que merece que nos rebelemos contra quien lo corrompa.