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Vidas en una vida
En los primeros años, mi alegría
la custodiaban ellas por derecho divino.
La vida era sólo buscar los ojos magos
que harían que rodase idéntica y feliz
la máquina del orbe.
Fue un lento amanecer con cumbres incendiadas
y largas sombras frías.
Con el paso del tiempo se aflojaron las riendas
del dulce despotismo. Un alto sol franqueaba
los misterios protegidos por Venus.
El resplandor del día iluminaba el mundo
y conocí su rostro, el laberinto
de poder y locura que alimenta
el albañal sangriento de la Historia.
Supe entonces que somos tristes hijos
de mentira y dolor.
Lejanas voces que hablan todavía
en páginas radiantes y olvidadas
descifraban las claves del enredo:
el hombre ha de intentar
dejar de hacerse trampas a sí mismo
en la vieja partida que jugamos
granujienta y absurda.
Hoy día, resisto aquí como acre espectador
de todas las miserias, incluidas las muchas
que guardo todavía en el recinto ignoto
de mi cuerpo y mi alma. Y más que en otra cosa
los ocios se me van tratando de atrapar
y aprender a decir una emoción extraña,
una insólita mezcla de desprecio y amor
que me desnuda a veces todos los misterios.