Opinión

Licencia para desbarrar: una de esencias

Inés Matute

Esenciero

"¿Creen que a este tipo le resulta fácil ser fiel a su esencia de escritor cuando hay tantos desconocidos que complacer, mes tras mes? Editores, lectores, críticos, estudiantes, todos ellos armados no solamente de sus propias ideas sobre lo que es o tiene que ser la escritura, lo que es o tiene que ser la novela, lo que es o tiene que ser África, sino también lo que es o tiene que ser el hecho de ser complacido. ¿Creen que es posible que a ese tipo no le afecte la presión que recibe para complacer a los demás, para ser lo que los demás creen que tiene que ser, para producir para ellos lo que ellos creen que tiene que producir? Antes he hablado de mi esencia y de ser fiel a mi esencia. Podría hablar mucho de la esencia y sus ramificaciones, pero esta no es la ocasión apropiada. Sin embargo, deben de estar preguntándose cómo puedo justificar hablar de mi esencia como escritor africano en esta época contraria a las esencias, en esta época de identidades fluidas que cogemos y nos ponemos y nos quitamos como si fueran ropa".

Quien así habla es un personaje de una novela de J. M Coetzee, Nobel de literatura 2003 y una de las cabezas más lúcidas de la literatura y el pensamiento actual. Quien así habla hace años que no "produce" una novela de calado, pero se gana la vida dando conferencias sobre un tema exótico en el cual es todo un experto: la novela africana. ¿Es Emmanuel Egudu un impostor o un fenómeno mediático? Leía yo "Elizabeth Costello" mientras me hacía la misma pregunta. A quién debemos complacer sin prostituirnos más de la cuenta. Por qué la aparentemente satisfactoria realización de una actividad nos vacía la mirada. Por qué no nos sentimos pagados estando bien pagados. Por qué siendo nuestra pulsión interior otra acabamos en nómina del mejor postor. Este verano he tenido ocasión de poner a prueba "mi esencia" en un diario de gran tirada. Perseguir un argumento de ficción y dar carne a un personaje imaginario se ha convertido, durante unos meses, en persecución de la noticia y acoso del famoso. La propia forma de escribir- a contrarreloj, sin tiempo para la reflexión ni la corrección, sometida a la tácita obligación de no pasar desapercibida- era diametralmente opuesta a mi naturaleza de escritora, además de atentar contra antagonismos ideológicos de fondo de armario. Con el minutero en contra, y presa de un vértigo precario, jamás había tiempo para madurar las ideas ni para darles un tratamiento justo. Las palabras se seleccionaban en función del sensacionalismo; la mal llamada libertad de expresión hace intocable, ¡ja!, al articulista. La reflexión de Coetzee me ha llevado a plantearme si uno, sea cual sea su profesión, no debe ser, ante todo, fiel a su esencia. No se trata sólo de disfrutar con lo que se hace o de ser más o menos bueno en un oficio. Hablo de autenticidad, del aroma a copia barata que a menudo desprendemos habiendo sido creados como piezas únicas. Leo a Coetzee, a Arrabal, sigo el proceso que se le abrió a Houellebecq en Francia, y todos repiten similares argumentos. En algo muy básico nos estamos equivocando, pero quizás aún estemos a tiempo de rectificar y crear una "línea editorial" propia e innegociable, más respetable y cómplice de uno mismo.