Jarvis Cocker erigió en Something changed un fantástico monumento a lo relativo que es el paso del tiempo. Los poemas de Carrera del fruto (Pre-Textos, 2006), escritos en un contexto diferente por un autor que nada comparte con el líder de Pulp, me han recordado -sin embargo- poderosamente esta canción. Yo veneraba, y venero, El dolor y la velocidad: leer a Juan Carlos Reche era hojear el álbum de fotografías de un amigo, conocer su mundo mientras los flashes -las imágenes potentísimas- te cegaban, poesía a medio camino entre la nostalgia del mundo clásico y el poder de lo audiovisual, apuntando muy alto. Desde entonces, únicamente conocíamos avances en revistas y antologías, que en ningún caso presagiaban al Reche de hoy.
Siete años después, Juan Carlos Reche publica su segundo poemario, Carrera del fruto: un libro que parece pertenecer a otro autor. No es, al menos, un libro que se identifique fácilmente con el poeta de El dolor y la velocidad: son otros sus temas -el tiempo, el amor tranquilo y la estabilidad-, frente a los sentimientos al límite, epicureístas, iniciales. El tono es, incluso, diferente, mucho más musical y suave; el lenguaje es más calmado, goza con las pausas, a veces en paradoja con una sintaxis que -sobre todo hacia el tramo central, el que correspondería, como veremos más adelante, con el final de la adolescencia y el comienzo de la primera juventud- se rompe, atropellada, pródiga en encabalgamientos. Encontramos, también, otros referentes en Carrera del fruto: si las coordenadas de El dolor y la velocidad se localizaban rotundamente contemporáneas, en esta nueva entrega los ecos presentes en Reche señalan hacia cierta poesía más pura, despojada de artificios, cercana incluso a determinados autores del primer Renacimiento; «afina la solfa de los cancioneros», escribe de forma reveladora. Quizá este viraje guarde alguna relación con las traducciones que realiza de poetas italianos y portugueses, herméticos en el fondo y luminosos en la forma.
En general, la poesía de Juan Carlos Reche aceptaría, pese a las visibles diferencias entre sus dos obras, definirse con un único adjetivo: popular. Antes pop, joven y fresca, ahora más bien admitiendo popular desde su sentido más tradicional: «En el oído/ he puesto un nido hueco/ para el olvido», haiku que no cuesta imaginar -como otros pasajes: «el lugar/ do la lluvia ha de llover»- en la voz de uno de nuestros antepasados, y olé. Esta tensión, resuelta casi siempre a favor de este segundo sentido, late sin embargo en algunos textos, en los que reconocemos conexiones con su primer libro: versos como «Si estamos en las cosas es por probar,/ por ver si entre ellas y lo que somos/ salta la liebre, se orienta la bruja,/ alguien de aquí nos arregla la tarde» o, sobre todo, «¿De qué plenitud eres,/ mi pequeña,/ el átomo más bello?», representarían la evolución desde El dolor y la velocidad.
Sin embargo, como vemos, Juan Carlos Reche parte de otro lugar, es otro su camino, se nos presenta como otro escritor. Componen Carrera del fruto treinta poemas, tantos como años tiene el autor: símbolo número uno. Esta coincidencia apuntala la concepción de Carrera del fruto como una particular autobiografía, una particular revisión del "Cuando me paro a contemplar mi estado..." garcilasiano, una «vendimia del alma» que subraya la concepción de la vida y sus etapas como un ciclo. La clave: borrón y cuenta nueva. Símbolo número dos. Carrera del fruto como, sí, un cancionero: comprende desde ocurrencias con un matiz irónico, recurso que comparte con algunos coetáneos («lo grotesco no quita lo profundo») hasta reflexiones metaliterarias («Más allá de la poesía/ en las decisiones/ en el aire/ he creado un mundo»; «Será como este poema/ cuando acabe con la palabra nombre», como finalmente sucede), pasando por sobrias evocaciones ("Más que vacío...") y juegos conceptuales ("Cuando la física admita su ternura...").
Los mayores aciertos de Carrera del fruto residen en su capacidad de sugerencia; Juan Carlos Reche acierta cuando calla, esboza ("De la mina de los lápices...") y recurre a la elipsis ("Empiezo a preocuparme, materia de nube..."). Su fuerte continúa residiendo en la imagen: cargada de reflexión ahora, siempre con un significado más allá de lo alegórico, momentos como «el jazmín,/ con su tos de viejo» o el poema "Les he dicho que me dejen...", fantástico, el mejor del libro; descreído, satírico y melódico a un tiempo, resumiendo las intenciones de Carrera del fruto: la combinación ganadora entre amor e individualismo, compañía e independencia, «la carrera del fruto/ que necesita de varios árboles/ para ser sólo uno».
He disfrutado muchísimo descubriendo Carrera del fruto, igual que recordando El dolor y la velocidad. Presiento que el Reche de Carrera del fruto prevalecerá sobre el primerizo: le noto cómodo, convencido de qué y cómo dice. Reche, aun así, era un poeta grande desde antes. ¿La diferencia? Algo cambió.