Ángela Vallvey.
Nacida en cautividad.
IV Premio de Poesía Ateneo de Sevilla.
Algaida. Sevilla 2006.
105 págs
Las casualidades a veces nos ayudan a leer los textos. Si hace poco, no hubiese conocido a una bióloga dedicada a la cartografía y, más concretamente, a la incertidumbre en las interpretaciones de los mapas, tal vez me hubiese costado un esfuerzo mayor arriesgar una lectura de Nacida en cautividad. También, en el mismo evento que a la bióloga-cartógrafa, conocí a una doctoranda en ciencias que estudiaba el estrés hídrico del alcornoque. Con mis dos nuevos conocimientos, aumenté mis perplejidades y volví a corroborar que las palabras significan cosas diferentes, según quién se apropie de ellas, y que las metáforas deambulan por los textos con sus huellas connotativas, que son como un mapa genético: las huellas a veces ayudan a la comprensión y, otras, la perturban. En este poemario se produce una curiosa mezcla de lo uno y de lo otro: se insinúa un proceso de conocimiento fuera de lo común, en el que, sin embargo, el lector reconoce sus propias iluminaciones fugitivas y, al mismo tiempo, cada imagen -y las hay tan precisas como bellas- perturba, inquieta, siembra preguntas. En Nacida en cautividad, las alusiones científicas cobran sentido como reflejos de una visión movediza y paradójica de la realidad, frente a la que el lector no tiene la impresión de que le están estafando, encerrándole en un claustro de letras en el que lo que se dice ha de ser asumido, porque los códigos utilizados -los de la física, la astronomía, la hermenéutica, la mecánica cuántica...- no son accesibles y se usan como estrategias de alejamiento. Al contrario, casi se podría afirmar que Ángela Vallvey con su poesía divulga el tema científico y con el tema científico es capaz de articular metáforas que se aplican al intento de comprensión del deseo, del amor, de la muerte, del ansia de conocer y de conocerse que se encierra en el interior de cada ser humano. Quizás es que la autora ha tenido trato con muchas especialistas en el estrés hídrico del alcornoque o del almendro y ha sido capaz de interiorizar una forma de ver y de medir el mundo que, con sus mínimas inexactitudes, llena de filos los sentimientos, los pensamientos y las palabras que sirven para nombrarlos.Nacida en cautividadreflexiona, precisamente, sobre los límites, los condicionantes y las paradojas del conocimiento desde esa perspectiva del objeto y del sujeto que, a veces, se difumina: el experimento del gato de Schrödinger o el aserto de San Agustín ("Si no lo crees, no lo comprenderás") colocan las ciencias exactas -la observación, la experimentación, la conclusión, los juicios sintéticos a priori- en un lugar que genera incertidumbre: un lugar que puede ser esperanzador, un alivio frente a la exactitud y a la imposibilidad de disentir, o al contrario, un espacio tenebroso, porque, en definitiva, nada puede saberse - ¿ni sentirse?- con certeza. El poemario se compone de dos partes: en la primera, que da título al libro, el lector se enfrenta a una acepción, genéricamente marcada, del concepto de relatividad; relatividad de lo total y de lo parcial, de lo universal y lo doméstico, relatividad del amor y de la medida que cada ser humano toma para convertirse en agrimensor del mundo y darle un sentido a la existencia. María de Betania, una prostituta, la gata -que no el gato- de Schrödinger son voces-hembra de las que Vallvey se sirve tal vez para sugerir que la palabra de las mujeres acota mejor lo que aún no ha sido explicado, ya que es una palabra que hasta hace poco era silencio y quizás pueda verbalizar ese envés de las cosas que el discurso de los hombres ha escondido bajo la alfombra de los dignos saberes reglamentados. La poeta contextualiza cada voz (Francia, Lesbos, el siglo XIX, el arranque del siglo XXI) y esta necesidad de situar cada experiencia en su contexto vuelve a remite a la idea de relatividad y de la ucronía porque, al fin, en el relato de estas historias laten idénticas pulsiones: el deseo de sabiduría, de amor, la conciencia del abandono, la enfermedad, la vulnerabilidad frente a los horrores de la guerra, la venta, el amamantamiento de los hijos. Una constelación de miradas femeninas, superpuestas en el tiempo y en el espacio, que toman la palabra y que se relacionan con textos de la segunda parte del poemario como "La red del sistema": tras la apariencia del caos, subyace un orden y, si hay sistema, hay una lógica y una unidad organizadora, que nos conduce a la pregunta sobre el origen, sobre el punto del que emana la lógica, sobre la medida del mundo: los versos se empapan de cierta meditación religiosa, que a veces calcifica en el eco del misticismo y que, más que con iconografías de altar o rastros bíblicos, tiene que ver con el sentido etimológico de ese "religare" que vincula al ser con la naturaleza; una naturaleza que, en este caso, es fundamentalmente estelar. En la segunda parte, se subraya ese lazo implícito entre religión y ciencia, ente espíritu y materia, entre emoción y carne, a través por ejemplo de la cita de Bergson con que se inicia: "El universo es una máquina de hacer dioses". Ángela Vallvey, con cada verso, desvela un afán de trascendencia que está cuajado de carnalidad, de labios que son "una madeja/ de venillas/ tronchadas de silencio". Al final, la "misión" de la vida es conocer o amar o, como se apunta en una cita de Stephen Crane, el hecho de existir no entraña ninguna obligación. De arriba abajo y de abajo arriba, del cielo al suelo ("Yo dije: interroguemos/ al Sol/ por sus asuntos de brasero" comenta la gata de Schrödinger), de Kepler a la campesina que vive una guerra, toda especulación y cada palabra de este poesía son un intento de reconstrucción autobiográfica, de búsqueda del yo en el nosotros o en el todo. El poema final, "Cenit", se abre con Demócrito y, entre sus imágenes, encontramos la de "construir un cielo"; otra vez, se conjugan lo mítico y lo material, el artefacto y la utopía. El cielo se desea, se describe y se nombra, se atisba con telescopios, pero esa actividad, ese cálculo, ese dibujo, no deja de provocar incertidumbre ni anula el misterio de las nebulosas o de los soles. Es más, suele incrementarlo.