En este año en el que se cumple el cincuenta aniversario de la muerte del solitario de Itzea sin que casi ninguna institución al uso se haya dado cuenta, hay, sin embargo, algunas celebraciones íntimas, como la que nos propone Miguel Sánchez-Ostiz en su "Pío Baroja, a escena".
De que se trata de una celebración no hay ninguna duda, pues el escritor navarro retoma su deriva barojiana - explícita en varias obras ensayísticas anteriores, como " Derrotero de Pío Baroja", e implícita en algunas de sus últimas novelas más sonadas ( como, por ejemplo, en el ciclo " Las armas del tiempo") - y la lleva con brío a lo largo de más de quinientas páginas de escritura apretada.
Y de que se trata de una celebración íntima tampoco hay dudas ya que Sánchez-Ostiz se presenta en esta obra como un alter-ego más de los muchos que propone y dispone el impío don Pío, incorporando a los lectores a una magna representación tragi-cómica donde , a pesar de los pesares, impera en sordina, gracias a lo que sea, la batuta impagable de Silvestre Paradox.
Es pues esta una celebración íntima, por mucho que se pueda participar en ella, y lo que se celebra más allá de los topicazos una y otra repetidos sobre Baroja- toda esa murga de su racismo o de su misoginia repetida por muy listos y muy tontos - es la capacidad creadora de este, a pesar de muchos , vasco-de-toda-la-vida, culto, inteligente y, por qué no decirlo, divertido.
Sánchez-Ostiz consigue, además, que esta celebración sea doblemente eficiente, pues el placer indudable de la lectura de "Pío Baroja, a escena" señala otro posible placer: el de la relectura de toda la obra barojiana. Lo cual no es poco a la vista del silencio que se cierne hoy en día sobre ella y lo cual constituye, como sabe muy bien el mismo Sánchez-Ostiz, el mejor homenaje que se puede hacer a un escritor. A un escritor vivo o muerto.