"Sicilia, 1947... en aquel año, una joven y lozana campesina... "
Perdón: Esa es Sofía Petrilo, de "Las chicas de oro", y la anécdota, en este caso, es mía. Y como es mía, tiene necesariamente que empezar así: "Mallorca, Navidad del 2005. Una casi joven y lozana escritora se presentó a un premio literario con una obra potente, jodidamente potente". ¿He logrado captar vuestra atención? Bien, de eso se trataba. Ahora pasemos a los hechos. Dos meses antes de que el calvo de la lotería empezase a machacarnos con el sorteo especial de Navidad, servidora se presentó a un concurso literario animada por la calidad de cierta obra guardada en el cajón de las "potencialmente ganadoras" y la mala memoria. La mala memoria, a la hora de participar en este tipo de concursos, es fundamental, sobre todo en mi caso: Por desgracia he sido miembro del jurado en más de un Premio a las Artes Plásticas como para ignorar que los motivos que decantan la decisión en una u otra dirección raramente se corresponden con la calidad de las obras presentadas. Las modas, lo políticamente correcto o los espurios intereses del ayuntamiento que convoca al premio, suelen tener la última palabra. Como digo, voluntariamente desmemoriada, me presenté al premio convencida de que tenía posibilidades de ganar. La lectura del acta oficial en que se hacía público el nombre del ganador, tuvo lugar el mismo día en que yo preparaba las maletas para mi anual escapada navideña a la península. A dicha lectura, me invitó personalmente la concejala de cultura a través de una llamada telefónica. Le agradecí el gesto, pero le comuniqué que mi avión partía a las siete de la mañana y que sólo acudiría al evento en caso de haber sido yo la ganadora- por aquello de no deslucirlo- dado que, dormir menos de seis horas a cambio de una simple palmadita en la espalda, no me compensaba. No sé cómo me las arreglé- el rebote de la susodicha tuvo mucho que ver con ello, sospecho- pero la señora en cuestión acabó largando. Me dijo que tenía mucho interés en que los autores nos acercásemos al ayuntamiento a escuchar las palabras del escritor que daba nombre al premio, pues las irregularidades habían sido, ese año, excesivas, y que ella no estaba dispuesta a dar la cara personalmente, pues entendía que, de hacerse públicas, le lloverían las reclamaciones. Por lo que me explicó, presentadas las obras dentro del plazo convenido, el mencionado escritor presionó para "cambiar" las bases a posteriori (¿¿??) amparándose en el nombre del premio, el suyo propio, y en ese voto extraordinario de competencia (¿?¿) que él mismo se atribuía. Explicó así que la extensión de las obras presentadas no era la que él hubiera propuesto, tampoco el contenido de las mismas debía ser tan libre como lo había sido, las fechas de convocatoria del premio no eran de su gusto y un sinfín de simplerías más que acotaban las obras presentadas por activa y por pasiva, por no hablar del equipo que había sentado las bases del concurso, relevado ya para siempre de tan cargante responsabilidad. Varias docenas de obras presentadas y ... sólo una cumplía los requisitos de extensión, temática y formato exigidos por el intransigente escritor. El hecho de que la obra en cuestión hubiese sido escrita por un "conocido" del mismo, apenas levantó sospechas. Apenas. De más está decir que decliné la invitación y me dediqué a hacer las maletas. Ni siquiera me picó la curiosidad por ver cómo el muy mequetrefe disfrazaba su artera maniobra; supongo que dijo lo que suele decirse en estos casos: que las obras presentadas eran muy dignas, que la deliberación había sido larga y que el ganador merecía sus laureles. Entre la lectura de un acta de parcheo y el apasionante doblado de los calcetines, la elección estaba clara. Prometo no volver a comprar ningún libro de ese patán, y, de paso, también prometo no volver a presentarme a ningún concurso.