Las obras de Deva Sand albergan esa condición del arte contemporáneo que es esencialmente híbrida, formando parte de un campo expandido en el que se evidencia que no heredamos la imagen del mundo, sino sus pedazos rotos, los fragmentos de un universo que en algún momento perdió su sentido global. Deva Sand convierte la infantil "energía destrozona", señalada por Bataille, en algo que invierte su signo para recomponer las cosas y producir duplicidades, fragmentaciones, maridajes formales tremendamente inquietantes, enfrentándose a lo cotidiano con el afán de enseñar lo que habitualmente no se ve. Así, Deva atiende a los contrastes, a las grietas, a lo que está abandonado en los contenedores de la calle y va más allá de la hipnosis del ready-made desobjetivizando los objetos y creando composiciones imposibles. Desde sus muebles con luces a sus sillones vaciados, la artista ilumina la fragilidad del mundo evocando lo vital con una ironía y ligereza inspirada en el arte povera y una estética emparentada con el barroco-minimal. Para Deva Sand la obra de arte es, ante todo, testimonio cifrado del cariño. Sus butacas deconstruidas, la mesa llena de libros y calzada con dos novelas, el hermoso armario que vela los objetos misteriosos que contiene, la silla seccionada y empotrada en la pared, son obras que nos entregan a la meditación y que nos invitan a habitar un mundo mágico y espectral. Bravo Deva. Espero que además de la habitación de la abuela nos enseñes el resto de la casa. Hasta entonces, permaneceremos en atenta espera.