"No busco la realidad porque nada lo es"
R. Bestard
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"Dicen que Wan Fu, un célebre paisajista de la dinastía Ming, no se contentaba con imitar la belleza natural, sino que intentaba, a través de su obra, captar la esencia de los elementos y encontrar, incluso en la fealdad, la hermosura que transciende a todas y cada una de las cosas. Parece que este singular pintor es el referente directo del personaje que, con un nombre casi idéntico, protagoniza uno de los más evocadores cuentos orientales de Marguerite Yourcenar: "Cómo se salvó Wang- Fô". En él, "el maestro en el arte de las Mil Curvas y los Diez Mil Colores" (que llegó a amar más las imágenes de las cosas que las cosas en sí mismas), gracias a su pintura curó a su joven discípulo de todos sus miedos, especialmente los que le provocaban los insectos, las tormentas y el rostro de los muertos. Y es que sólo el verdadero artista - que es precisamente eso, un artista, no un decorador- puede descubrirnos y enseñarnos toda la verdad, y a la vez toda la belleza que encierran hasta las más escondidas fallas de nuestra alma. Aunque, no nos engañemos, esa belleza no sea ni tranquilizadora, ni complaciente ni siquiera inmediata"
Estas palabras, de Fátima Gutiérrez, pertenecen a la introducción del último catálogo que me ha hecho llegar el pintor Rafael Bestard, entrevistado en Luke en abril del 2003. Durante más de diez años he venido siguiendo de cerca su ascendente trayectoria, pero también su evolución como persona y creador. Por eso, no creo equivocarme demasiado al afirmar que Rafael Bestard es uno de los artistas más fascinantes y prometedores del panorama artístico actual. Si los maestros del Tao nos dicen que nada existe sin su opuesto, difícilmente podrá existir una belleza plena sin la fealdad que a veces se esconde, y que Rafael identifica, en el interior de los retratados. Aquí es donde radica lo profundamente humano y conmovedor de la obra de Bestard. Más allá de su galería de esperpentos, somos lo que él dibuja, lo que él ve, como si el pintor, más que un maquillador o un mero duplicador de imágenes, fuera el espejo que nos devuelve la imagen de aquella parte de nosotros que nos empeñamos en ocultar. Esta belleza desnaturalizada, humorística e irreverente, saca a la luz una psicología astutamente desenmascarada. Madurando en un registro que capta, casi obsesivamente, retazos de cotidianeidad, y a la vez atrapada por el extraño lenguaje simbólico de Bestard, un artista que huye de los juegos de Narciso tan frecuentes en el arte contemporáneo, establezco una comunicación silenciosa con cada uno de sus lienzos, con cada uno de sus personajes. Y es que lo auténtico, cuando se encarna en una imagen que sabe aunar lo personal con lo universal, siempre resulta turbador.