Otros

En malas manos

Inés Matute

Mujer embarazada A Tina se le ponen los ojos como platos. No es que Tina acostumbre a leer el periódico, que ella no va de enterada por la vida, lo que ocurre es que la casualidad - y aquí entrarían Einstein, Dios y Stephen Hawking- también juega a los dados. Y como la casualidad tiene un punto provocador, se lo monta para que el artículo caiga en sus manos.

Conocimos a Tina en septiembre, por aquel feo asunto del aborto. Tina hoy es una mujer contenta: lleva ya tres reglas y su tripa está blanda. Lo de la tripa es importante ya que el médico le explicó que si hay dolor y éste se acompaña de una inflamación dura, la cosa puede ser seria y lo mejor es correr a urgencias. No se lo dijo con estas palabras, naturalmente, porque el doctor que la revisó (no la ginecóloga cubana; ella sólo le hizo un aborto de manual) era un hombre de ciencia y sus palabras así lo transmitían. O sea, que el doctor no decía tripa sino abdomen, y tampoco dijo correr a urgencias sino ingresar sin la menor dilación. En esas cosas sabe una cuando está ante un entendido. O al menos eso cree Tina, que sin ir de listilla tampoco es que sea idiota. (Aunque a veces lo parezca)

El artículo dice que han cerrado la clínica tras imponerles una multa de 16.000 euros: los doctores ni tan siquiera lo eran. También mencionan un expediente sancionador y una denuncia formal del colegio oficial de Médicos. Hablan de intrusismo, de responsabilidades administrativas y hasta penales. La Consellería de Salud cierra la clínica abortista y Tina piensa que esa es una expresión muy fea. Una clínica es una clínica, y punto. Lo mismo que una Consellería es una Consellería y punto. Además, en el folleto que le dieron ponía que era una clínica donde se realizaban intervenciones en todo lo referido a la planificación familiar y patología ginecológica, desde sistemas de control para la mencionada planificación hasta la interrupción voluntaria del embarazo, así como vasectomías, colocación de DIUS y administración del anticonceptivo más adecuado para cada caso. También decía que la clínica era un sucursal de la Clínica Stimezo de Holanda, y todo el mundo sabe que en Holanda andan muy adelantados, sobre todo en cosas de droga y sexo. El folleto está en un cajón de la mesilla, a disposición de quien quiera leerlo, y lo que está escrito va a misa, se ponga como se ponga la Consellería. (El autoengaño no siempre funciona)

Por debajo de la mesa del bar donde Tina toma su tila, una mano, la suya propia, le palpa el vientre. Sí, está blando. Tina ni siquiera está estreñida. Y eso es una gran suerte. Tal vez la gran suerte (ella nunca lo sabrá) sería que esa tripa estuviera dura como un tamborino, y que en su interior un bebé de casi seis meses ejecutara una bonita danza acuática. Pero Tina sólo tiene ganas de congratularse: en el fondo sabe que ha tenido mucha suerte. Con los ojos semientornados, Tina rememora las caras de las chicas que aquel día, el día H (de horrible), guardaban turno en la sala de espera. A su lado. Para la misma intervención. Tina se pregunta si alguna de ellas tendrá la tripa dura. Si alguna de ellas no habrá tenido sus correspondientes reglas. Si alguna de ellas, Dios no lo quiera, no estará embarazada de nuevo. O muerta. Tina ha tenido suerte. Y como ha tenido suerte, aparta la tila de un manotazo y pide un coñac para celebrarlo. Luego sigue leyendo el artículo, que para eso "la casualidad" se lo ha puesto en las manos.

"La asociación ProVida denuncia que estas clínicas sólo son un negocio, y la mujer y el bebé, sus víctimas". La asociación ProVida quiere que el Gobierno, además, prohíba el aborto. A Tina esto no le parece bien. Esto sí que es intrusismo. El Gobierno nada sabe de los casos particulares de esas mujeres. El Gobierno no sabe si esas mujeres pueden o deben ser madres. Si son hijos engendrados en los malos tratos, en la violación, en la desesperación de la prostitución, en la falta de recursos. El Gobierno, o la Justicia, sólo debe velar por que se abran centros legales donde las mujeres sean atendidas con todas las garantías. Minimizando riesgos, poniéndose en manos de auténticos profesionales. Tina piensa en la ginecóloga cubana. En lo que hablaron mientras era intervenida. Las playas de Cuba, las jineteras, Fidel, lo bien que sabe un mojito. En lo que hablaron mientras ella sentía que se le salían las tripas por ahí abajo. Tina pidió una epidural. La cubana le dijo que por veinte minutos de aspiración, era una locura tocar la Piamadre. La Piamadre. La doctora sabía lo que se hacía. Hasta entonces, Tina sólo había oído hablar de la Putamadre. La doctora que la intervino era una doctora verdadera... En realidad, hacer un aborto es sencillo: basta pinchar para insensibilizar la zona y aspirar con una cánula de plástico. Es fácil. Hasta un idiota sabría hacerlo. Apurando su coñac de un trago, Tina se pregunta cuántos idiotas no habrá por ahí practicando abortos. Y luego deja de preguntarse cosas y encamina sus pasos de vuelta a casa, donde la esperan sus pucheros, sus hijos y sus tres gatos