Si Dios hubiese dado cuerdas vocales a los peces ¿habría cambiado algo? Alexandra Berková (Amor tenebroso)
Las carpas hacinadas en los tanques de plástico, el agua helada corría y se desbordaba sobre la acera. De vez en cuando un hombre vestido con un traje de pescador, revestido de plástico color verde caqui, tomaba una red con mango y sacaba un pez de su cautiverio acuático, lo sacaba para condenarlo a la asfixia y a la decapitación. La carpa profería una muda queja abriendo la boca, tragando aire. Sin apenas tener tiempo de morirse, la pesaban, la decapitaban, le rajaban el estómago y le extraían las vísceras. La sangre manchaba las manos del vendedor y el improvisado mostrador del puesto callejero.
Así, miles de carpas por las calles de Praga, esperando su destino fatal de Nochebuena, como corderos en el matadero, con su muda resignación de pescado. Ahora de todas esas carpas solo quedan las escamas escondidas en nuestros monederos, intentando atraer al dinero con su tintineo callado y supersticioso.
Benditos sean los peces porque sus cuerpos nos sirven de alimento. En cambio la muerte del hombre no sirve para nada.