La idea de Sherezades surgió cuando Mari Carmen Alonso - Pimentel me trajo al despacho una carpeta, que a su vez se la había dejado Maru, repleta de escritos de Amable Arias. Repasándola me encontré con textos, con documentos, de muy distinta índole: allí había reflexiones políticas, algunas poesías, aforismos, etc. Y entre todos esos textos me llamaron especialmente la atención un conjunto de relatos breves, quizás (habría) más de 100, que hablaban de las relaciones que Amable había tenido con las mujeres desde su niñez (años 30) hasta aproximadamente mediados de los años setenta. Bueno, eran unos escritos que me parecieron interesantes, tanto desde un punto de vista estético como testimonial y cronístico, y así comenzó la historia del libro. Nos pusimos en contacto con Kepa y la idea del libro fue tomando poco a poco forma.
Pero ¿qué es Sherezades?
Sherezades es ante todo, al menos a mi modo de ver, un libro original, un libro distinto en el cual interactúan literatura y pintura, palabra e imagen. Se trata de un texto de palabras pintadas y pinturas narradas que nos proporciona una imagen bastante completa y coherente de las dos facetas artísticas de Amable Arias: la de pintor, la más conocida sin duda, y la de escritor. Porque Amable Arias también hizo sus incursiones en el ámbito de la literatura, como lo demuestran títulos como La mano muerta (1980), 23 (1981) o Sobre el vaivén de las cortinas, libro éste, publicado en el 2003, donde se recogen 30 poemas que Amable escribió en 1974.
Sherezades lo conforman 53 relatos breves y 53 imágenes de reproducciones de pinturas y dibujos situados como colofón a cada una de las narraciones. Casi todo el material que contiene es inédito: por supuesto los relatos, pero también gran parte de la obra pictórica que nunca hasta ahora había sido expuesta en ninguna sala ni mostrada públicamente por ningún otro medio. Algunas de las reproducciones guardan una estrecha relación con los relatos a los que acompañan, mientras que otras han sido seleccionadas atendiendo a criterios de congruencia emotiva o expresiva con el contenido de los textos.
Por lo tanto, estamos ante un libro para leer y para mirar, un libro para cogerlo entre las manos y disfrutarlo desde unas coordenadas diferentes a las que habitualmente solemos utilizar cuando nos enfrentamos a la lectura de otros textos, bien sean narrativas, poéticos o de arte.
Estos 53 cuentos fueron relatados por Amable a su compañera Maru pocos meses antes de morir el autor. Por lo tanto, surgen desde un contexto dialógico, desde un contexto íntimo y conversacional. Al igual que en La mil y una noches la reina Sherezade intenta demorar el momento de su muerte contando historias capaces de entretener al Sultán, Amable, quizás intuyendo que no es mucho el tiempo que le queda por vivir, intentó igualmente despistar a la muerte, y recuperar al mismo tiempo de la memoria, un conjunto de vivencias relacionadas con sus experiencias con las mujeres.
Porque Sherezades es ante todo una autobiografía amorosa, una autobiografía sentimental que abarca desde el año 1934 hasta 1971. Conforme pasamos las páginas del libro, y como en una especie de retablo, nos vamos topando con toda una serie de chicas y mujeres (Elena, Rosamari, Lourdes, Begoña, Pili...) que, por una u otra razón, dejaron huella en la mente y el corazón del autor. Son relaciones de amor y desamor, de amistad, de admiración, de deseo. A veces es una mirada lo que origina el relato, otras una insinuación, un roce, un escarceo amoroso.
Es curioso observar cómo su actitud hacia el mundo femenino, la visión que se va formando de las mujeres y su estilo de relación con ellas van variando con el paso del tiempo. En los primeros relatos "La perra gorda" o "Las conejeras" vemos a un Amable niño que empieza tímidamente a interesarse y a descubrir el mundo de las chicas con curiosidad y asombro. A partir de algunos relatos que aluden a finales de la década de los cuarenta ("Emilita" (1948) o Marcela (1950)), Amable tiene ya más de veinte años, sus acercamientos adquieren una dimensión más claramente erótica y sexual.
En los años cincuenta, ya en plena juventud, es frecuente encontrarnos con textos en los se queja de que las mujeres no le prestan atención. Se trata de un periodo especialmente difícil en la vida de Amable en el cual tiende a ver a las mujeres como inaccesibles, fuera de su alcance. "Mi relación con las chicas", llega a decir en uno de los relatos de la época, "es nula" .
No será hasta los años 60 cuando entre en un contacto más directo con el mundo femenino. A modo de ejemplo, el primer pecho desnudo que ve, según nos cuenta en uno de los relatos, fue el de una vedette de la Compañía de Revistas de José Orjas y Sazatornil:
"Dirigí la vista a un lado y a otro para no parecer un mirón y, asustado, tropecé con que, pegado a mis ojos, aparecía un seno dorado, casi un coseno, una teta preciosísima que se transparentaba totalmente. Era el primer pecho que veía tan próximo"
Es curioso, igualmente, que no hubiese visto un cuerpo desnudo de mujer hasta 1961, con ocasión de un retrato que realizó en su estudio a otra vedette, Sara Renoir, que por aquellas fechas estaba actuando en el Teatro Principal.
"En esto sentí una agradable sensación, pensé que finalmente había pintado mi primer desnudo, que era un cuadro que me gustaba y que también el hecho de haber visto una mujer desnuda, la primera de mi vida, era como un rompimiento de un tabú maligno".
Amable tenía entonces 34 años.
Así pues, durante esta época su relación con las mujeres comienza a ser más fluida y espontánea: tiene aventuras con chicas extranjeras, entabla relaciones de amistad más estables con mujeres de la ciudad, etc.
Y, por fin, en 1970 conoce a Maru Rizo. A partir de este encuentro las cosas serán cualitativamente distintas: Amable encuentra en ella una aceptación y una complicidad que le llevarán a hacia una mayor madurez y estabilidad emocional, además de artística.
Ahora bien, Sherezades es algo más que una autobiografía sentimental, representa un conjunto de cuadros, de instantáneas sobre la San Sebastián de finales de los años cincuenta, década de los sesenta y principios de los setenta, que lo convierten en un libro con un alto valor testimonial.
A través de los distintos relatos se vislumbran los ambientes de moda de la ciudad, sus cafeterías, las costumbres, cómo pasaba el tiempo parte de la juventud de la época. Vamos viendo, por ejemplo, que frente a una San Sebastián reaccionaria y puritana, que todavía no encaja el hecho de que se pueda exponer en una sala un cuadro de una mujer desnuda, emerge otra San Sebastián, liberal, inquieta, preocupada por crear un futuro diferente. Vemos a los jóvenes donostiarras con inquietudes que se reúnen en determinados espacios como la Asociación Artística de Guipúzcoa (durante algún tiempo presidida precisamente por el propio Amable), en cafeterías como el Mónaco o el Parisién, donde tenían lugar tertulias a las que acudían personajes como Zumeta, Aizarna, Cilveti, o en el Club Guipúzcoa que, aunque controlado por los falangistas, organizaba exposiciones, representaciones, lecturas y conferencias en las que llegaron a intervenir Luis de Pablo o Alfonso Sastre.
Es la época del seiscientos y de las escapadas a Francia, de las lecturas existencialistas, de la minifalda, de la liberación de la mujer encarnada en las chicas francesas que se acercan a San Sebastián a pasar el verano, del fondeo del Azor en la bahía de la Concha, etc. Asistimos al inicio de la modernidad en una ciudad que durante décadas se había caracterizado por el conservadurismo y el aburguesamiento.
Al bar Mónaco, por ejemplo, que cerró sus persianas en el año 1969, hay muchas alusiones. Es un espacio que se recrea bastante. En él se fraguaron incipientes grupos de socialistas y comunistas contrarios al régimen y dispuestos a adoptar una actitud contestaria. A las tertulias que se gestaban espontáneamente en el bar, y en las cuales se comenzaba a hablar con bastante libertad de todo, acudían (pintores, cineastas, literatos...) entre los que se encontraban, además de los señalados antes, personajes como Ruiz Balerdi, Luis Munoa, Elías Querejeta, Enrique Múgica y, por supuesto, Amable Arias.
Por otro lado, el ambiente artístico de la ciudad, el intento de toda una serie de pintores por dar a conocer sus obras en las diferentes salas de San Sebastián, los certámenes de pintura que se organizaban en las fechas navideñas, las primeras exposiciones de Amable son también datos que van apareciendo diseminados a lo largo del libro.
Son muchas, por consiguiente, las informaciones interesantes que el lector puede extraer de estos relatos y que le pueden servir para completar la imagen del pintor en algunas de sus dimensiones biográficas, sobre todo en las más íntimas y personales, hasta ahora poco conocidas. Y una imagen del pintor contextualizada en un espacio y tiempo determinados.
En fin, a través de las páginas del libro se nos aparece la figura de un Amable a veces triste y desolado, otras irónico y desenfadado, pero siempre, y éste quizá fuese uno de los rasgos más definitorio de su carácter, con grandes ansias de vivir, con una gran fortaleza para hacer frente a cualquier adversidad. Un hombre con esperanza, en el fondo con una fe inquebrantable en sí mismo, que supo hacer frente a sus propias limitaciones y a las limitaciones que su época y circunstancias personales y sociopolíticas le impusieron para, superándolas, dejarnos a todos una obra de gran valor.