Corría 1984 y una rubia de bote (¡esas mechas!) en traje de novia-putón nos guiñaba el ojo desde una góndola que surcaba las aguas putrefactas de Venecia gritando que se sentía como una virgen. Y aunque ni era una belleza, ni cantaba como los ángeles, ni hubiéramos ido a su peluquera, la chica tenía algo.
Y vaya si lo tenía.
Más de veinte años más tarde, la peliteñida que parecía tonta sigue en el candelabro, incansable, con unas cuantas operaciones de cirugía estética de más y unos cuantos kilos de menos. ¿Qué tiene Madonna que no tengan las otras?
Muchas chicas del pop-rock nos han hecho vibrar hasta hacernos exclamar el clásico "¡Yo también quiero!". Adorábamos y envidiábamos la sexualidad explícita de Debbie Harry, cantante de Blondie, la voz maleable de Chrissie Hynde, de Pretenders -ese "Brass in Pocket" inolvidable-, la presencia ambigua pero inconfundible de Patti Smith, - a quien el mismísimo Dalí intentó conquistar cuando empezaba-, y la seguridad en sí misma de Alaska, reina patria de las multifacéticas. Talento, capacidad de trabajo, tesón, originalidad, a veces belleza... todas ellas triunfaron por méritos propios y algunas siguen al pie del cañón, aunque ninguna como la Sra. Ciccone.
Madonna ha recorrido todos los caminos posibles de la ambición y de la fama. Camarera (¿quién no ha sido camarero/a en los USA antes de triunfar?), actriz de películas eróticas, bailarina del grupo de Patrick Fernández a finales de los 70 -en la gira mundial de promoción de "Born to be alive"-, batería, guitarra y voz de la banda "The Breakfast Club" que montó con su novio de la época, cantante disco underground en Nueva York... Hasta que las musas -conociéndola, probablemente fueran los musos- la visitaron y empezó a componer.
Y, una vez con la fama y la fortuna en el bolsillo, tomó las riendas de su imperio.
Madonna cree en el "quien mucho abarca, aprieta aún más".
¿Es actriz? No. Su mejor papel fue interpretarse a sí misma en "Buscando a Susan desesperadamente", y luego, aunque se esforzó enormemente para encarnar a Evita, lo más notable de la película fue la banda sonora, gracias a que tomó clases para mejorar su técnica vocal.
¿Cantante? Pse. No posee una gran voz. En sus primeros discos suena como un gatito. Sexy, eso sí. Nuevamente, "Evita" marcó la inflexión. "Ray of Light", su álbum de 1998, -y para mí el mejor de su carrera-, recién estrenada como madre, trae una Madonna susurrante, suave, melodiosa y con las lecciones de canto bien aprendidas.
¿Modelo? Bueno. Sin ser una belleza clásica (dientes separados, labio superior demasiado fino, baja estatura), la cámara la adora. Siempre impecable, siempre con los mejores fotógrafos. Todas querríamos salir en la foto como ella.
¿Empresaria? Rotundamente. Madonna tiene un olfato casi infalible para lo que gusta. Es más, es capaz de imponérnoslo. Si no lo hubiera promocionado ella, ¿quién demonios hubiera hecho bailar el patético Vogue a medio mundo? ¿Los del Río? El año pasado se sacó de la manga a Abba, los patines, los calentadores, los radiocassettes y la estética Fama, los puso en la batidora y, -valga la redundancia-, batió el record de los Beatles al alcanzar el número 1 en 41 países.
Convierte en dólares casi todo lo que toca. Su productora Maverick descubrió a la perla Alanis Morissette (30 millones de discos vendidos de su primer álbum). Se enfundó los sujetadores galácticos de Jean Paul Gaultier, aumentando las ventas del perfume del francés. Los chándales asequibles de H&M volaron de sus perchas en tiempo récord. Hasta yo sucumbí a las mechas. Gusta a los tíos. Gusta a las tías. Gusta a los más intelectuales. Gusta a los menos intelectuales. Es como la Coca Cola.
Y, finalmente, ha entrado en las páginas sacras de la cultura: se ha convertido en el icono virginal (ya nos lo avisó desde la góndola) del siglo XX, junto con una ristra de Marías de Murillo y otros artistas, de la mano del comunicólogo -a veces apocalíptico y a veces integrado- Umberto Eco en su libro "Historia de la Belleza".
Por si alguien tenía alguna duda.