No habrá ya nunca más un verso bueno, una imagen certera, una metáfora,
una canción que suene y que estremezca.
Un pájaro se ha muerto en mi garganta."
Luigi Anselmi
Se ha ido Eduardo Apodaca, un poeta silencioso. Se ha ido sin avisar porque, como todos los hombres invisibles, él estaba ya sin estar. Él sólo era. Ése era precisamente el secreto de su invisibilidad. Él sólo era en unos tiempos en los que casi nada ni nadie son y sobre la sustancia priman las apariencias. Él no ocupaba lugar, se había introducido en la tierra, pero no como el topo que ciego escarba en la oscuridad, sino como la piedra por la que pasan las coordenadas del tiempo y del paisaje sin ocupar espacio. La piedra en la que el errático se detiene a descansar un momento de la eterna caminata y busca en el sile! ncio la compañía de la poesía a través de "los ojos ya soñados por el mundo".
Se ha ido Eduardo Apodaca, se ha ido al centro de la tierra seguro de llevarse el sueño para siempre consigo. Y las palabras del adiós han de ser breves porque el exceso de ruido no parece lo más adecuado para glosar la memoria de un invisible. Hay monumentos al soldado desconocido, pero ni siquiera los aficionados al absurdo han levantado nunca uno a un hombre invisible. Un hombre invisible no es un inexistente, es sólo un hombre que sale a la calle vestido de sí mismo y habla sólo para los que quieren escuchar -esos que ya apenas e! xisten. Ahora sobreabundan los que salen a la calle autoenvueltos en b rillantes papeles de regalo y buscan oídos donde descargar "Yos" que no caben en la inmensidad de la galaxia.
Se ha ido Eduardo Apodaca y el mejor homenaje que se me ocurre es dejar aquí cinco pequeños rastros de su voz, rastros recogidos de las sugerentes respuestas que dejó en un singular epílogo compuesto por Treinta preguntas a Eduardo Apodaca, con las que se cierra el libro Introducción a la Tierra. Libro en el que para quien sienta curiosidad por sus poemas -según afirmaba el mismo- se encuentra toda la obra que admitía como suya. Él no fue un autor demasiado pro! lífico quizás porque a su modo de entender la poesía tal vez también le fueran aplicables estas palabras suyas sobre otra de sus pasiones, el ajedrez:
"El ajedrecista recuerda el tiempo al revés, recuerda el máximo orden posible. Y no hay espíritu que soporte, sin dañarse, durante mucho tiempo semejante experiencia."
Primer rastro:
"La infancia es la eternidad. Uno no se pregunta en esa época de la vida cómo ha nacido o cómo ha venido. Cree que siempre ha estado aquí. El futuro tiene infinitas posibilidades y por tanto no tiene fin. La infancia de este modo, es el modelo de vida en la eternidad. Cuando uno la abandona y se enfrenta a la vida, ya tiene el suficiente material poético para sugerir el estado que ha abandonado"
Segundo rastro:
"Hay algo en la poesía que, como en la Naturaleza, es anterior al artificio, al menos al que conocemos, y que por lo tanto está más cerca del misterio".
Tercer rastro:
"No creo que se pueda establecer una diferenciación clara entre el mundo urbano y el de la Naturaleza porque ninguno de ambos existe en estado puro en la realidad ni mucho menos en la conciencia del sujeto".
Cuarto rastro:
"La fantasía es cosa de la contemplación. La imaginación pertenece a la búsqueda y en el peor de los casos a la artificiosidad".
Quinto rastro:
La música de la poesía no suena, es lo que queda en la conjunción del discurso, es la emoción del mundo contenido, no creado por el discurso. Pero la música, por su intensidad, se agota. Cuando se agota la música, el mundo cambia. La música no sirve entonces y hay que rodearla e incluso balbucearla. Hay que dejar constancia de su pérdida. La música entonces debe estar encerrada en el discurso como un pájaro que lucha por su libertad".
Hace ya tiempo, otro poeta invisible, llamado Luigi Anselmo, que también tradujo los versos de Eduardo Apodaca al euskera, lanzó una botella al mar que conten ía estos versos que pueden servir como despedida:
"Lo único seguro es que al final la muerte
nos acoge en su casa como una madre buena;
nos colma de cuidados, de paz y de ternura
y en su seno olvidamos las cartas que nos deben".
Eduardo Apodaca se ha ido y ahora vaga abandonado en el infinito. Eduardo Apodaca era el que rescataba las botellas que los poetas invisibles tiran al mar.