Fotografía: Corina Arranz
Eduardo Lago (Madrid, 1954) resultó ganador del Premio Nadal 2006 con su primera novela publicada: Llámame Brooklyn. Afincado en Nueva York desde hace dieciocho años, el escritor nos habla en la presente entrevista del contexto y de las circunstancias que han marcado hasta el momento su actividad literaria.
Lorca, Gaite, Loriga, Muñoz Molina... , son muchos los escritores españoles de diversa estatura y condición que tras estancias de distinta duración en Nueva York han sentido el impulso de narrar sus impresiones y experiencias en la ciudad. ¿Se podría empezar a hablar de un género literario de escritores españoles en Nueva York?
Yo creo que sí. Durante la gira del Nadal, surgían constantemente esos nombres, y muchos otros (algunos los menciona Masoliver Ródenas en la reseña que hizo de mi novela en La Vanguardia). La diferencia fundamental entre los autores que citas y yo no es literaria sino de ubicación. Yo vivo aquí. Ésta es mi ciudad. No he venido a pasar el rato o unos años. En cuanto a género literario, insisto, sí. Lo que le decía yo a Marta Sanz durante la gira, tal vez porque los dos somos doctores en literatura, es que alguien debería escribir una tesis doctoral sobre los autores españoles que han escrito sobre Nueva York.
La fascinación que ha ejercido Nueva York a lo largo del sigo XX se mantiene viva hoy en día. Este fenómeno que parece afectar a los escritores españoles ¿tienes constancia de que se pueda hacer extensible a escritores de otras nacionalidades o resulta en nuestro caso más evidente por causas históricas o de otro tipo?
Observación muy adecuada. No, no es un fenómeno exclusivamente hispánico. Surgen constantemente novelas de "inmigrantes", muchas de ellas escritas directamente en inglés. Nueva York funciona como una especie de imán, y su fuerza estimulante provoca reacciones en los escritores que se afincan aquí. Ahora no me viene a la cabeza ningún nombre reciente, pero tenemos como guía, o como matriz, la gran novela de la inmigración, Llámalo Sueño, de Henry Roth. Es la ciudad vista a través de un niño judío, también un canto al yiddish, que agonizaba. Mi título es un guiño a Roth (aparte de a Melville).
En tu caso son dieciocho los años que llevas viviendo en la ciudad, con tu novela has ampliado el campo de juego del supuesto género literario trasladándolo al distrito de Brooklyn ¿qué aportaciones haría tu novela al supuesto género?
Jorge Volpi, el escritor mexicano, acaba de publicar un análisis comparativo entre Brooklyn Follies y Llámame Brooklyn. Es Auster quien habla con autoridad de lo que es el espíritu de Brooklyn, de su misterio, de sus gentes, de sus calles, de su historia. Y Auster explica muy bien la diferencia entre Brooklyn y Manhattan. Brooklyn es Nueva York y no lo es. Es extrínseca, y tiene un carácter propio, muy fuerte, y claramente delimitado. Lo curioso de mi caso es, para decirlo con las palabras de Volpi, que un español se erija en cronista de Brooklyn. A ver qué dicen los americanos cuando lo lean (en especial los bruclinianos).
¿De qué modo puede haber influido o puede influir en el futuro en tu trabajo el haber germinado y brotado como escritor en un país distinto al de tu nacimiento?
Yo matizaría. No he germinado y luego brotado como escritor en un país distinto al de mi nacimiento. Yo escribo desde muy pequeño, y no he dejado nunca de hacerlo. Hubo un par de cambios, a raíz de mi traslado definitivo a Nueva York. En primer lugar, el contacto con la ciudad provocó en mí una reacción febril que me hizo ponerme a escribir desaforadamente, llenando cuadernos y cuadernos sin cesar. De ahí surge la novela. Pero antes había escrito mucho, incluidas un par de novelas cortas y numerosos cuentos. En segundo lugar, empiezo a escribir para los medios españoles, con lo que empiezo a adquirir un perfil algo más público. Y en tercer y último lugar, un día decido romper un sortilegio. Incumplo un voto de silencio que había hecho conmigo mismo. Me resuelvo a publicar. Y es bajo ese espíritu como empiezo a escribir la versión definitiva de la novela. Lo primero que hago es viajar a Barcelona, exclusivamente para decirle a Antonia Kerrigan que si quiere ser mi agente, y ella acepta. Luego viene una lucha difícil, muy difícil, que desemboca en el escopetazo inesperado del Nadal. En cuanto a las consecuencias. Me encuentro entre dos aguas, a mitad de camino entre dos tradiciones. He quemado una etapa. Y no sé qué va a pasar con el futuro. No sé qué va a pasar con la próxima novela. ¿Debería olvidar mi lado americano? ¿Podría hacerlo si lo intento?
A diferencia del de México el exilio español en Nueva York es un gran desconocido en nuestro país ¿por qué crees que puede merecer la pena intentar rescatarlo del olvido?
Ahí sí que hay una gran historia por redescubrir, o una pequeña gran historia. La calle 14, uno de los ejes transversales de la Isla de Manhattan era un barrio exclusivamente español. La Nacional, un café emblemático que aún sigue en pie, se fundó en 1868. Pero casi todo ha desaparecido. El domingo pasado, en la portada de la sección The City, del New York Times, aparece el bar en que se basa el Oakland de mi novela. Una foto gigantesca, con la viuda del dueño, en cuya figura me inspiré para dar vida a Frank Otero (aunque el personaje de ficción es totalmente autónomo). Y el periodista del Times comenta que en los 40 y 50 aquella zona limítrofe con el puerto, era un barrio español, lleno de bares, por cierto. En la esquina de mi calle hay un gallego, propietario de un deli, que me cuenta miles de historias fascinantes. Aún con más motivo que en el caso de un libro sobre escritores españoles en la historia de Nueva York, valdría la pena hacer una investigación seria sobre el Nueva York específicamente español que hoy se ha perdido.
La sociedad norteamericana es probablemente la más "ombliguista" del planeta, basta pensar en los escasísimos autores españoles publicados allí, ¿concibes tu novela traducida al inglés y leída por los propios neoyorquinos?, ¿crees que algo así es posible hoy?
Otra pregunta compleja, que afronto lo más sintéticamente que puedo. El tema de la recepción de la literatura española en Nueva York es asunto que indago en la sección que tengo en El Boomeran(g), el blog de PRISA. Hay varios factores. Uno: Sí, la sociedad norteamericana es sumamente provinciana. Hay muy poco interés por otras literaturas. Con excepciones, claro. De Murakami se publica todo. Hay interés por lo que viene de Francia. Y hay una curiosidad ilimitada por la literatura latinoamericana, que se traduce incesantemente. Los españoles son un caso aparte. Ayala, Benet, Marsé, y muchos otros, no tienen apenas eco. Se traduce a Almudena Grandes o a Ray Loriga o a Nuria Amat, también con escasa resonancia. Ruiz Zafón mereció críticas elogiosas, pero sus ventas son moderadas. Se respeta, y mucho, a Javier Marías. El New Yorker le dedicó hace no mucho uno de sus perfiles, logro colosal. Reverte también tiene buenas críticas, y además vende. Sus libros están en los aeropuertos. O sea que algunos sí pasan el filtro. En cuanto a mí, lo que me vuelve a singularizar es el hecho de estar aquí. No es lo mismo un español que escribe sobre los misterios de Barcelona que un español que vive en Nueva York y que escribe una novela en la que Nueva York ocupa un espacio enorme. Mis compañeros de trabajo me consideran americano, español-americano (por paralelismo con afroamericano o latinoamericano, o italoamericano... ). Y es verdad que, al menos en parte, soy un autor norteamericano que escribe en español. He recibido ya propuestas de traducción, que he puesto en manos de mi agente. Habrá una traducción, estoy seguro.
Se suele decir que personas bilingües son aquellas que se expresan incorrectamente en dos idiomas. Después de tanto tiempo residiendo en Nueva York ¿cómo te las has ingeniado para preservar la frescura y fluidez en tu lengua?
Conozco bilingües perfectos, muchos, en general hijos de españoles nacidos aquí. Sí: suele haber una dominancia, una querencia, siquiera levísima hacia una u otra lengua. Yo no soy bilingüe en ese sentido. Tengo un inequívoco acento español. Domino bien el inglés, pero escribo en español por fidelidad y por necesidad. Mi expresión hablada y escrita están erosionadas por el inglés, aunque llevo adelante una lucha denodada y continua por preservar la frescura y la fluidez del castellano. En casa hablo español, tengo amigos españoles, pero incluso así, vivo inmerso en el mar de otra lengua, circunstancia que percibo como un acoso y una amenaza constantes. Tal vez ahora regrese a España durante un año largo, coincidiendo con mi sabático. Pero el problema al que apuntas es muy real. Como escritor estoy desgajado de mi lengua madre.
En tu opinión la literatura norteamericana ofrece mayor vitalidad que la española. ¿A qué crees que obedece tanta diferencia entre una y otra?
Por una parte, que la literatura española también está aquejada de ombliguismo. Somos provincianos, sabemos relativamente poco de lo que sucede fuera. Y cuando hacemos caso, incurrimos en papanatismo. Hay un cierto servilismo editorial hacia la literatura norteamericana. Las editoriales publican lo que aquí ha pasado el examen. Y se dejan fuera escritores supuestamente de segunda fila, pero que son muy interesantes. Por otra parte, es cuestión de números. En Estados Unidos hay muchísimas tendencias, varias literaturas que funcionan a la vez. Está la llamada mainstream, que se podría caracterizar como la tradición anglosajona que conecta con los ancestros británicos y aquí cristaliza en autores como Melville, Hawthorne, Poe, Mark Twain... y sigue por derroteros como Dreiser, Nathanael West, en fin es imposible agotar el panorama... y llega al postmodernismo, a los DeLillo, Pynchon, Gaddis. A Roth. A los tradicionalistas como Updike, Russell Banks, Richard Ford... . ¿No te marea oír tanto nombre? ¿Qué contrapartida puede ofrecer un país europeo, no ya España? Y alrededor de ese mainstream tenemos a todas las etnias en explosión, incluyendo a los latinos, como Francisco Goldman y Junot Díaz. A Sherman Alexie, dando voz a los nativos indígenas, a los negros, a los chinos... voy a parar.
Como escritor novel, ¿cómo valoras la experiencia de haber obtenido el Premio Nadal ahora que empiezas a disponer de un poquito de distancia?
Sigo abrumado. Sigue el huracán, en una fase nueva. Ahora me llaman para hablarme de que las ventas van bien, para ir a congresos internacionales. Para decirme que ya se ha firmado una traducción al polaco, y al portugués, al coreano... se está negociando algo en inglés... Y con estas cosas, puede que todo sea una burbuja que de repente estalla dejando un enorme vacío. Ahora mismo, es pronto. Estoy tratando de no perder la perspectiva.