OPINION: Cruce de caminos - "drogas de hoy" maría luisa balda
El otro día, un chico de unos 18 años me decía que el tabaco era más perjudicial que el hachís. Me sorprendió esta afirmación, y pensé que las fuertes campañas institucionales han logrado que se tome conciencia de que el tabaco es una droga muy nociva; y supe que algunos han deducido que el tabaco es peor que otras drogas. También pensé que todos -jóvenes y menos jóvenes- deberíamos informarnos mejor y hablar más sobre cómo afecta el abuso de drogas a los individuos, y cómo sus efectos distorsionan las relaciones familiares y sociales.
Dejando a un lado el tabaco, el alcohol ha sido la droga de consumo mayoritario en esta cultura -y sigue siéndolo, pese al daño que hace al consumidor excesivo y a quienes le rodean, porque sola, o mezclada con otras drogas, destruye un número importante de vidas y de familias-. Pero no voy a profundizar tampoco en los perjuicios que provoca el abuso del alcohol, ni trataré sobre drogas algo pasadas de moda, como la heroína y el LSD, sino que me centraré en los estimulantes que - generalmente presentados en pastillas o en polvo para ser esnifado (como la cocaína o el speed)- hoy se distribuyen de forma masiva entre la población general.
Estas drogas están tan presentes o más que el cannabis: esa sustancia que se fuma mezclada con tabaco, y que provoca o activa la adicción del fumador; una droga cuyo abuso -entre otros efectos- contagia pasividad a muchos de nuestros jóvenes y les roba la escasa motivación que esta sociedad permite.
Pero, como decíamos, lo que hoy se vende más y mejor son los estimulantes; esos compuestos que tomados solos, o mezclados entre sí o con alcohol, provocan (desde el punto de vista del consumidor) inmediatas sensaciones de bienestar, de satisfacción con lo que uno hace, dice o piensa en esos momentos. Las emociones y relaciones que potencian son superficiales y engañosas, pero sus efectos parecen ser socialmente integradores porque suelen consumirse en situaciones de diversión y de grupo. Por todo esto, y por su patrón de consumo discontinuo, la adicción a ellas crece lenta y disfrazada de bienhechora.
El tabaco y la heroína, por ejemplo, son drogas de adicción rápida, y que exigen al dependiente una reposición constante de las dosis para recuperar el nivel de sus principios activos en sangre. Los estimulantes, sin embargo, se suelen tomar de forma intermitente. En parte esto es así porque nuestro cuerpo, nuestro cerebro y nuestro corazón no soportarían un estado continuado de excitación. Pero, gracias a esta intermitencia, y a su forma insidiosa de volverse imprescindibles, los estimulantes hacen creer al dependiente que no lo es: "¿ves?" -se dice a sí mismo- "hay semanas que lo dejo de lunes a jueves y no me pasa nada".
Y nada es que los demás le ven -a él o a ella- arrastrarse por los sillones sin ir al trabajo o a clase.
Y nada es que el temperamento se torna irritable, mordaz, agresivo y, cuando no se consume, se cae en un marasmo; en una suspensión de la actividad física y mental que, en apariencia, sólo se remontará con una nueva dosis del estimulante preferido.
Y nada es que, cuando se consume en exceso, se potencian enfermedades respiratorias y cardiovasculares. O se agudizan trastornos de personalidad, o se viven terrores, alucinaciones o ataques de pánico que amenazan la cordura de cualquiera; o se provoca, en el peor de los casos, el debut de un enfermedad mental.
Y nada es que la insensibilización hacia los demás y hacia sus sentimientos avanza poco a poco, llegando al alejamiento de las emociones y de las personas que antes eran importantes.
Hoy demasiados jóvenes, que no tienen memoria de los estragos mentales y físicos que produjeron otras drogas, se adormecen fumando porros, o se exaltan tomando todo tipo de estimulantes y mezclas.
Y los mayores hacemos como si todo esto no fuera trascendental, y no nos informamos ni hablamos sobre su importancia. Y los jóvenes -y algunos no tan jóvenes- toman las nuevas drogas como si éstas no lo fueran; y esa inconsciencia, y nuestro no querer ver, les pueden convencer de que otras drogas son menos dañinas que el tabaco.