OPINION: Mirando hacia otra parte - "Realidad y representación" vicente huici
La realidad es imperfecta, inacabada, irreductible. En ella encontramos junto al beso apasionado el flato inoportuno y frente al deseo trascendente, el llanto inmediato de nuestro hijo. Basta que elucubremos sobre lo que tienen que ser las cosas para que sean de otra manera y tercamente demuestra la realidad su poderío cambiando una y otra vez nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Es así tan imprevisible como sorprendente, y, por ello, de su atenta constatación no puede esperarse pauta alguna salvo interesada prosopopeya. La realidad no tiene, por definición, color ni calor, pero puede mostrar todos los colores y todos los calores.
La representación es, por el contrario, perfecta, acabada y reductible. En ella no hay sino las luces y sombras pergeñadas por el artista que ha hecho el artificio. Sea pintura, escultura o literatura, la representación se cierra sobre sí misma más allá de toda estética de la recepción: en esto reside su maravilla y el origen de muchas confusiones. Además la representación es reductible por reproducible: siempre nos dará la misma versión de la realidad. Porque la representación se sabe versión de la realidad y se reclama como tal. Por eso, cuando la representación explicita su vínculo originario con mitos y cosmogonías - y aquí se habla de las religiones, pero también del nacionalismo o del psicoanálisis - se convierte en una hermana mayor que da calor y color. Un determinado calor y un determinado color.
El problema - un problema - es que parece difícil vivir en la realidad sin tener en cuenta la representación. Algunas filosofías han propugnado lo contrario, o más bien que asumir la realidad consistiría en desprenderse de las representaciones, trabajo arduo y titánico, propio de héroes nietzscheanos o búdicos. Es posible que este sea un camino de liberación. Pero, en cualquier caso, diferenciar entre realidad y representación, no exigiendo de una lo que sólo la otra puede dar, es un primer paso. También para la liberación.
Carlos Castilla del Pino