ARTE : "La peor banda del mundo" luis arturo hernández

EL DRAMA INGENTE DE JOSÉ CARLOS FERNANDES

(La PEOR BANDA DEL MUNDO presenta El quiosco de la Utopía (I), El Museo Nacional de lo accesorio e irrelevante (II), Las Ruinas de Babel (III) y La Gran Enciclopedia del Conocimiento Obsoleto (IV) de José Carlos Fernandes. Ed. Devir Iberia)

“Soy el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía”
Fernando Pessoa

Como si Franz Kafka subiera en Praga a un tranvía en Malá Strana y a la vuelta de la esquina -de la página- se bajara Fernando Pessoa en la Baixa o el Barrio Alto de Lisboa.
Esa impresión de transterramiento de personajes centroeuropeos a una ciudad del sur –Lisboa, La Valetta, Trieste, ...-, con su toponimia europea oriental, es la que produce la serie La peor banda del mundo del dibujante de historietas portugués J. C. Fernandes.

Se trata de un calidoscopio de personajes que asoman a las ventanas de las viñetas de una ciudad contemporánea –urbe en apariencia inagotable, como la de Eloar Guazzelli-,componiendo un puzzle urbano –que evoca al Perec de La vida instrucciones de uso: Manual de Instrucciones para la Vida Cotidiana se titula de hecho una historieta-, con el común denominador del sinsentido de la existencia que hace de las sucesivas entregas de la serie un “drama em gente”, por decirlo con expresión del poeta Fernando Pessoa.

Y es que, al igual que el padre de los heterónimos, en torno a El Quiosco de la Utopía, deambulan personajes que bien pudieran ser las máscaras, las innumerables personas –y “pessoa” significa precisamente “máscara”- de una pessoalidad múltiple del individuo alienado, de la multiplicidad del ser enajenado, deshumanizado, en pos de su identidad.

DRAMA INGENTE o LOS MALES MENORES DE MONTANO

“Estás en el British Bar con su reloj que anda en sentido contrario y marca horas puntualísimas, estás bebiendo debajo mismo del reloj que avanza marchando atrás y crees tú también haber engañado a las horas y los días...”
Enrique Vila-Matas, El mal de Montano

Personajes que, más allá del árbol genealógico literario en el que se los quiera injertar, remiten al poeta portugués, por cuanto su común denominador es el de castos varones maduros, célibes y misóginos –rara vez asoman a las celdillas de este torpe falansterio las mujeres-, misántropos saturnianos, hipocondríacos y atrabiliarios, mustios hombres de negro carentes de emoción, autistas, metafísicos de café con leche, en pleno paisaje urbano desdibujado de tono ocre, amarillento, marrón, de color mostaza rancia –Calle Melancolía, ida y revenida-, de saudade, reconcentrados en sus peregrinas profesiones absurdas, entregados con perfeccionismo neurótico a maniáticas tareas inútiles, presos de la búsqueda de coincidencias significativas o de unas contradicciones petrificantes, con ingenios y artefactos propios de Los Inventos del TBO y dedicados a atrapar unos sueños rotos, a conjurar los recuerdos imborrables, sus obsesiones, con el tempo lento, amarillo y subjetivo de la memoria –como el reloj del British Bar del Cais do Sodre -, en una satírica burocratización de la existencia del ser que hace de La peor banda del mundo un muestrario de tics conmovedoramente deshumanizados y un amplio catálogo de empresas sobrehumanas, de fútiles investigaciones llevadas a cabo por el “Centro de estudios irrisorios” y variaciones, en fin, sobre el mismo tema –y su motivo recurrente o leitmotiv es el de una banda de jazz que lleva 30 años ensayando en un sótano y no se ha estrenado aún-, y que comunican fortuitamente La máquina versificadora con La meta-orquesta de Geiger, La revista de atrocidades, los puzzles, la hipnosis o la hipocondría.

LA MEILLEUR BANDE -DESSINÉE- DU MONDE

“(...) la laboriosa capital portuguesa que yo imaginaba, en mis sueños febriles, como una ciudad negra, con gente vestida de negro, con casas hechas de caoba o de mármol negro o de piedra negra (...)”
Roberto Bolaño, Los detectives salvajes

Enumeraciones de una casuística cuya reiteratividad nunca es idéntica a la del vecino y que va entretejiendo ecos con la discontinuidad de los hilos de un tapiz –como en Los detectives salvajes de Bolaño-, componiendo con la letra –de los guiones, o de la Gran Biblioteca Municipal regentada por un replicantes de Borges:¿Borges y yo?- y la música –“esa música” de la Banda o el “fresco sinfónico” de Dimitri Sikorsky- la banda sonora de la polifonía de“la meilleur bande dessinée du monde”, trenzando esa melodía con la melancolía, en una sociedad del bienestar híbrida de creatividad e ingeniería del sonido.

En historietas de raigambre netamente literaria -más allá de los parentescos señalados por la crítica, se nos antojan también Cortázar, Svevo o Walser-, José Carlos Fernandes ha edificado un fantástico mundo urbano paralelo a éste, hecho de decadente maquinaria burocrática y enfermedad mental, ente el futurismo y el existencialismo –ese ser soñado por otro, desde el Calderón de a pie, pasando por Borges, al unamuniano Augusto Peres es motivo frecuente también-, y poblado por la abulia y la hiperactividad de aficionados, diletantes o amateurs, cuya identidad amenaza con desintegrarse en el protagonismo de lo colectivo –in albis, como cromos enmarcados en las viñetas del álbum (en blanco) de la historieta-, entre la atomización de las acciones de la Historia –Museo Nacional de lo accesorio e irrelevante- en historietas de dos páginas, el caos fragmentario del lenguaje –Las Ruinas de Babel- y la ruptura temporal de la memoria –El quiosco de la Utopía- o la filtración en el macrocosmos de las inquietudes metafísicas del microcosmos de las servidumbres de la vida cotidiana –La Gran Enciclopedia del conocimiento obsoleto-.

Un “drama ingente” acerca de la vida contingente del ser urbano postmoderno sobre el que planea, como un rayo de sol enfermizo, la ironía del destino –en “El condensador de libros”, por ejemplo-, el escepticismo melancólico de quien suma otro mundo al Mundo.

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