OTROS - Teatro: "El Lazarillo vuelve a las andadas" luis arturo hernández

LAZARILLO
(de ACHIPERRE Coop. Teatro de Zamora, dramaturgia de Michel Van LOO)

“Me sabe mal por ustedes, que se han desplazado a este Museo para oír una conferencia y han acabado asistiendo al espectáculo de un pobre cornudo que ha envejecido veinte años en una hora.”
Enrique Vila-Matas, El mal de Montano

Soplan vientos racheados muy favorables a la adaptación a lenguajes del espectáculo en todos los ámbitos de la narrativa y parece llegada la hora ya al Lazarillo de Tormes. Se diría que hay que ahorrarle al español la lectura de los clásicos, convalidándosela por su/puesta en escena, ya cinematográfica –Lázaro de Tormes-, ya teatral –adaptación del Brujo o la particular versión de Michel Van Loo-.Ya sólo falta “Lázaro, el Musical”.

Pero volvamos al original montaje con que hace años el grupo Achiperre recorre ese circuito teatral paralelo –itinerante como la peripecia de Lazarillo- y que es el escolar.

El dramaturgo belga Van Loo lleva a cabo una interpretación expresionista –en la que asoma la estética más tardía de Goya o de Solana-, de gran guiñol, para un texto de raíz naturalista –que quizá se hubiera ajustado mejor al coetáneo belga Brueghel-, y que da cabida en su seno a una versión racionalista, cínica y propia de la inteligencia del teatro francés –en particular en adaptaciones de clásicos españoles: el Dom Juan de Moliere-, en una escenografía conceptual de máxima funcionalidad que evita al joven espectador la identificación emocional merced al distanciamiento crítico del teatro épico de Brecht.

Una adaptación barroca –propia del Clasicismo francés- de un texto renacentista, en fin, que compone un raro híbrido de histrionismo y lucidez crítica del mejor estilo grotesco.

PASEN Y VEAN o EL MUSEO PROVINCIAL DE LA DESHONRA

Y el distanciamiento arranca ya del narrador ajuglarado que, lejos del autobiográfico, marca las distancias con respecto al personaje desde el pasillo del patio de butacas hasta un escenario abierto -con el vestuario a la vista-, y se aproxima al “vosotros” –en lugar de Vuestra Merced”-, a modo de guía o lazarillo de espectadores quietos en la ardiente oscuridad del patio, recordándoles que eso es teatro -puro teatro-, y siendo reemplazado por narradoras femeninas –distancia cada vez mayor respecto de la misoginia del texto- hasta cerrarse de nuevo, con la reflexión moral -del narrador varón- a cara descubierta.

Y eso porque los personajes, figurones deshumanizados hasta el esperpento a base de apósitos, se ocultan bajo la máscara del personaje-tipo intercambiable por cualquiera de su estamento y la falsa careta de su hipocresía proyectando sus sombras agigantadas en el telón de fondo –negro como la honra-, distorsionadas y deformes, de barraca barroca.

TRES PATAS PARA UN BANCO O EL TEATRAEDRO DE VAN LOO

La adaptación de Van Loo sacrifica el censo de amos del mozo Lazarillo, así como el repertorio de algunas celebradas anécdotas –sin dar ocasión a “meter la morcilla” fría-, con una falta de lealtad al original que se compadece muy bien con la infidelidad -tema sobre el que gira la obra-, permitiéndole, sin embargo, al espectador hacer su particular interpretación –como es el caso- a partir de la peculiar interpretación del cuadro actoral, en aras de una tríada: ciego, clérigo y comisario de Cruzadas –que incorpora al hidalgo-, las tres patas del banco de la pirámide estamental servil, los tres pies del gato escaldado, que se resuelve en el epílogo del Arcipreste. Y la puesta en escena se hace corresponder a esa triangulación con un escenario giratorio en forma de pirámide truncada, teatraedro y carro de la farsa que es mesón exterior de (la) Solana, mesa/arcón interior de Maqueda y tienda/altar del buldero, “coronado” por el escaño arciprestal de púrpura cardenalicia, vestido de pontifical y con trato de Excelencia. Y marcando, con el dinamismo espacial externo-interno-externo-interno, el trueque de una imposible mesa –o mesón- del revés en una casa de citas entre tres postes –aristas de las tres caras-, como patas del triángulo adulterino –ménage à trois- del calzonazos ser/vil Lazarillo, que lima las aristas de esos tres (personajes) planos – s/errado el tercer poste-, e insinúa de qué pie cojea cada cual.

Triángulo, tríptico, trípode que se corresponden, fractales teatrales, al trío del cornudo, al tríptico del buldero –frente al que se ensaya el artificio manierista -y Gran Fractal- del teatro dentro del teatro que prepara a Lazarillo no sólo para aceptar la deshonra –fin del aprendizaje de la novela-, sino, en una nueva vuelta de tuerca, para reproducir a su vez la explotación de la miseria ajena, en un final cíclico que repite ad nauseam el círculo vicioso del inmovilismo escarmentando en cabeza, proyectándolo en una nueva criada.

SIN DENOMINACIÓN DE ORIGEN o LAS CRIADAS

Y es que, lejos del cerrado androceo en que transcurre la novela, en este Lazarillo de Van Loo las mujeres saltan a primer plano, como resabiadas criadas –o criadillas- a la pata coja o damas no tan sabias, proporcionando voz propia a mujeres -y mujerzuelas- privadas de ella en Lazarillo de Tormes, abriendo las ventanas al vitalismo popular de una realidad representada en la que, sobre una detallada cronología ficticia a lo largo de las cuatro estaciones del año –Agosto de 1510/Enero/Marzo de 1511/Octubre de 1520- de un particular almanaque, se reinventa una geografía apócrifa en la que el tiempo del santoral rebautiza los lugares –de la localidad de San Juan a la ciudad de San Salvador-, metonimia hecha toponimia, que universaliza a Lazarillo privándolo de denominación de origen–como es propio de alguien sin honra, ni padre, ni madre ni perro que le ladre-.

CODA o EL PODER PIRAMIDAL

Grotesco espectáculo de claroscuro teatral, tenebrismo del tétrico determinismo social español –refractario a la luz de la Razón que atraviesa tan sombrío prisma -, del sistema tetraédrico de la pirámide estamental, a cargo de la acción mutante de tan versátil como polimorfa gangarilla de Achiperre y la actualización textual de Luciano García Lorenzo.





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