OPINION: Con el tiempo en brazos - "La madrastra" ana marquez

Gustamos de creer que podemos abarcarla, someterla, rendir sus plazas con un golpe certero de tiralíneas. La dividimos, la compramos, la vendemos, la alquilamos, la cercamos. Extendemos alambres de espinos para defender de posibles indeseables nuestra parcela de vanidad, y el segmento de cielo que la cubre, que, por supuesto, también “nos pertenece”. Establecemos claramente los límites entre lo nuestro y lo del otro. Llamamos al orden hasta al más pequeño grano de arena que adquirimos para que no escape del espacio que le tenemos reservado... La socavamos, la mutilamos, le extirpamos los órganos vitales con máquinas destripadoras. La asfaltamos, la vulneramos, reordenamos el curso de sus fuentes y vías originarias... Creemos, en fin, poseerla. La obscena urdimbre de líneas negras, azules y rojas de los mapas nos sosiega esta sed de todo, esta avidez de posesión que traduce un antiguo celo animal hacia los territorios ganados con sangre. Nos sentimos seguros trazando fronteras imaginarias en un ejercicio voraz de glotona cartografía, alimentando la ilusión de que en realidad no somos tan frágiles como este minuto efímero que trato de colmar con palabras.

Pero ella es paciente. Como una madrastra de cuento espera el momento terrible del desagravio Y en el instante del envite su declaración de propiedad, su vocación genocida, se traduce en una marea fatal: Sólo ella, la Tierra, es libre. Nosotros, pobres ilusos con ínfulas de terratenientes con derecho de pernada, estamos a su disposición mal que nos pese. Somos pasto potencial de volcanes, seísmos, inundaciones y otros crímenes naturales. Somos suyos. Es así mientras vivimos creyéndonos dioses y mucho después, cuando sólo seamos polvo de sueños nutriendo para siempre sus entrañas.

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Ilustración: Ana Márquez


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