OPINION: "Carta de Tesa" luis arturo hernández

CINCO HORAS CON MARÍA

(A propósito de Carta de Tesa, de José Jiménez Lozano. Ed. Seix-Barral, 2004)

“toma lee; toma lee”
J.Jiménez Lozano, Carta de Tesa

Pongamos que el difunto epónimo de Cinco horas con Mario, quien –según es vox populi- se inspiró en José Jiménez Lozano –a la sazón director de El Norte de Castilla, donde ejercía M. Delibes de subdirector- no, no resucitara –o despertara tras 38 años (de sueño eterno)- para despotricar sobre un escenario contra la Transición Española –como ocurre con ese Mario, por alusión, de José Antonio Pérez y Mikel Gómez de Segura-, sino que tuviera una hija, Tesa, a cuya amiga, María, profesora de instituto, la hubieran agredido brutalmente los alumnos –insisto –os- y que el narrador, trasunto de Jiménez, tratara de ir desentrañando las circunstancias de la agresión mediante una carta –que es la novela-, a lo largo de la cual va abriéndose espacio una parábola sobre la barbarie en forma de Carta de Tesa, su hermana, verdadera carta boca arriba del fin de una época.

LEY DE LA VIOLENCIA GÉNERO Y DEGENERACIÓN

-“Creo que la Biblia dice algo así como que ya no habría que afirmar que los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera; pero no dice que los padres no tienen que sentir dentera tampoco, cuando son los hijos los que comen agraces.”
J.Jiménez Lozano, Carta de Tesa

(Vaya por delante que la única violencia de género posible es la que atenta contra la concordancia morfo-sintáctica, único “accidente” gramatical provocado a la hora de dar nombre a la violencia contra la mujer, no por su género gramatical, sino por su sexo.)

Carta de Tesa viene a concluir que la llamada “Ley de Violencia de Género” recula frente a la “Ley del Menor”, que es de rango superior según parece, y mucho más bajo el paraguas de la “Ley de Educación”, pues el menor –especie protegida-, aunque sea un violento macho joven, es tan irresponsable como Su Majestad -otra especie protegida-.

La última novela de Jiménez Lozano aborda el tema de la violencia escolar sufrida por mujeres docentes, sobre las que recae, de hecho –cuando no de derecho-, la vergüenza social, amén del absurdo burocrático de las consiguientes componendas administrativas.

BARBARIE Y BARBARISMOS

“Alguien tiene que sentir dentera, aunque sea en forma de miedo, porque los padres sienten ahora verdadero terror ante sus hijos, señor Lizcano.”
J.Jiménez Lozano, Carta de Tesa

Como no existe un anglicismo sufijado en -ing para nombrar esta conducta –pues no es acoso laboral, ni maltrato de género, ni bullying-, no existe. Y algo tan conocido por todas y todos –desde injurias o amenazas a quema de automóviles, agresión o tentativa de violación- no tiene nombre. (Seguro que ya, cuando escribo estas líneas, hay alguien pensando cómo bautizar el eventual acoso escolar a las bulímicas: ¿bullyming tal vez?)

Y es que la jerga socio-político-económica que calafatea el español peninsular, hecha de tecnicismos, perífrasis retóricas y proparoxítonas -amartilladas con acentos enfáticos y disloque tonal-, eufemismos y barrido de campos semánticos completos -como el que precinta bajo lacre de “facha” voces desde liberal, conservador o tradicionalista hasta fascista-, o neologismos –como “conservacionista” para el conservador por Naturaleza-, está en el punto de mira de Carta a Tesa, bajo el rubro del denominado lenguaje chin, la jerigonza políticamente correcta que se compadece con la difusión del cornezuelo, la ideología de la permisividad y la tolerancia, desde una postura que cualquier progre –de los que a fuerza de buscar el futuro giran en círculo vicioso- llamaría rancia y casposa y facha. Y todo ello mientras se degrada la lengua -su capacidad de formar al individuo y conformar su personalidad- a una mera disciplina instrumental en el sistema educativo.

CARTA DE TESIS –Y ANTÍTESIS- o LA INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS

-“Es lo mismo que dice Platón en su República; que los padres y los maestros sienten temor de los jóvenes en los tiempos de demagogia –apunté tímidamente.”

En este panorama, en este agujero negro, sitúa, pues, Jiménez Lozano a su personaje, a merced de complicidad, cuando no amedrentamiento de los padres y las madres –en particular, las madres-, la impasibilidad de los claustros –bajo el “síndrome Sócrates”: hacerse el junco cuando le dan caña-, las triquiñuelas legales para esquivar el juicio, el sensacionalismo de la prensa, el ocultismo de las autoridades académicas. Y tal y tal...

Y todo lo dicho, bajo la amenaza de la invasiones bárbaras, percibida por una familia de clase acomodada, hogareña y cristiana, nostálgica del pasado y de la cultura clásica, excepcional -del PP-, lo que la desautoriza, se aducirá, para ser la novela de tesis que es. Y, por si fuera poco, la acumulación –algún realista dirá que inverosímil- de desgracias cebándose en la misma familia –o su “entorno”-, abriéndose en abanico: desde el ataque a María, pasando por la razzia contra los cooperantes del dispensario en el que trabajaba Tesa en el Cono Sur, a la profanación del panteón familiar del narrador y sus hermanas –lo que provoca la enajenación del narrador, convertido al fin él también en un bárbaro-, y ramificándose en acciones secundarias mientras se multiplica el juego de perspectivas.

(No se descarte, en cuanto a esa alusión intertextual del narrador, la interpretación que hace Rangavís del ambiguo Esperando a los bárbaros del alejandrino Kavafis según la que se aguarda con esperanza en el Egipto de 1900 la invasión sudanesa que pusiera fin al tiempo de ocupación colonial británica y que expresaría la frustración de los romanos ante la eventualidad de no ser invadidos: ¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?)

Aunque en el debe, se le podrá achacar, amén de las descalificaciones apuntadas por el abogado del Diablo, el maniqueísmo que, igual que en Cinco horas con Mario, dota de roles tradicionales a la mujer –aquí Lita o doña Teresa-, envuelta en clasismo, buenas maneras y cortesía de señora bien de las de antes; y culturales e intelectualistas al varón –el narrador Lizcano; con la excepción de Tesa, “la filósofa”, monja y médico a la vez-.

Con una prosa remansada, añeja y arcaizante –como corresponde a un mundo que ya desaparece-, en ese dialecto castellano que emerge –con el/la loísmo y laísmo incluidos e incluidas- bajo el plástico impermeabilizador y asfixiante, homogéneo del Español, y un tono culto y sensible, discursivo, conversacional, reflexivo y espiritualista, digresivo, evocador, lúcido y contemplativo -de la razón poética propia de un humanista cristiano-, se le relata en segunda persona a la destinataria –“Pero tú también, Tesa, habías oído los gritos de alegría de ellos...”- buena parte de los hechos protagonizados por ella misma, en un recordatorio “retórico” que apela, más que al propio narratario, al lector implícito.

Toda una obra polémica –que, en opinión de más de algún intelectual orgánico, viene a crispar el panorama-, digna de entrevista en Estravagario –por no decir Divagario-, y en donde, a diferencia de Negro sobre blanco -el rancio, casposo programa de libros del plan antiguo bajo la cátedra del facha de Sánchez-Dragó-, trae el espíritu de la Reforma un presentadorcete partidista y pícaro, feliz e indocumentado, por debajo de la mayoría de sus convidados –lo que permite simpatizar con él, por otra parte, a la mayoría de los espectadores-, (que me río yo del/de la prototipo/a del maestro/a iluminado/a de la ESO que ha de estar muy por debajo de la/del más aventajada/o de su avejentado alumnado.)



© www.espacioluke.com | Consejo de redacción | Enlaces | Tablón