LITERATURA: Bestiario - josé morella

Los best seller y los libros de autoayuda molestan de un modo muy visceral a los escritores serios. Muchos prefieren ni mirarlos, aduciendo que no vale la pena. No les faltan motivos para despreciarlos: normalmente, el escritor serio escribe para pocos (los lectores serios) y, más que con ganar dinero, debe darse por contento con no perderlo por culpa de sus libros. Libros que, además, le cuestan un esfuerzo colosal, de años a veces, porque su sentido del ridículo y la altura de sus modelos _Oh Borges, Lowell, oh patricios americanos_ los convierte a menudo en especímenes llenos de miedo a ser superficiales, banales, escritores sin sentido del ritmo, sin chispa, escritores en suma provincianos y diletantes que entran en librerías y, después de una hora mirando lomos de libros y para ello doblando el cuello en un incómodo travelling por las estanterías, una mezcla de tortícolis y malestar de la cultura les hace salir de allí deprimidos, llorosos, inanes. Y luego para colmo, los escritores de best seller, los gurús de la autoayuda, se encierran un mes en su loft de lujo y escupen un librillo de cien páginas del cual se venden decenas de miles de ejemplares. Y a vivir. Quien piense que existe la envidia sana, se equivoca. Como mínimo con los escritores, puesto que si hay algo sano en ellos, cosa dudable, no es la envidia. La verdad es que muchas veces es fácil y autocomplaciente esa mirada por encima del hombro a los libros de autoayuda. ¿No estarán, esos escritores serios, despreciando el más auténtico fenómeno literario de nuestro tiempo, ese que los exegetas analizarán en el futuro para entender mejor el pasado? Porque, si echamos una ojeada a las estadísticas, eso, y no otra cosa, es lo que lee la mayoría de gente cuando lee: un buen best seller.

Para acercarse al fenómeno viene bien un libro que está causando cierto impacto: Buenos días, pereza, de la francesa Corinne Maier. Ha vendido más de 200.000 ejemplares, cosa que, por sí sola, es una de las características del género. Se trata de una crítica (pero esto, oh sorpresa, no es una característica del género) a la empresa actual, a su modo de funcionamiento vacío, en la cual hay multitud de cargos sin sentido, papeleo idiota, jerga inútil y trabajo lento y burocratizado. Según Maier, la empresa sigue una especie de estructura burocrática, soviética, cuya lógica es alimentarse a sí misma. Cansada de respuestas políticas o huelgas sindicales que refuerzan el sistema, Maier aboga por acabar con la empresa desde dentro: no hacer nada. Trabajar lo mínimo posible. Pues bien, si la autoayuda es un género literario _y lo es si entendemos como género el conjunto de expectativas y creencias del lector acerca de lo que se encontrará en el libro que compra_, Maier representa una ruptura del género desde dentro, siguiendo sus mismas reglas. Como el Quijote respecto de las novelas de caballerías, salvando las siderales distancias. En principio, se parece bastante a cualquier libro de autoayuda: simplificación o mutilación de argumentos complejos, ventas desbordantes, temática, etc. Trata el tema de la empresa y su universo, uno de los temas más recurrentes de libros de autoayuda, dirigidos normalmente a la autoestima profesional, a las claves del éxito y a la superación personal. Estos libros suelen ensalzar al individuo, adularle de tal modo que, al terminar la lectura, este tenga la impresión de que es mejor que antes, más culto en cierto sentido, y dueño de una inteligencia natural de la que no se había percatado. Esto hace que personas no cultivadas, que no han invertido tiempo ni esfuerzo en tareas de tipo intelectual, se sientan de algún modo cultas tras una sola lectura. Pero Maier envuelve otra cosa en el papel del caramelo. Justo lo contrario. Empieza su texto diciéndoles a los que se consideran a sí mismo intelectuales que no lean su libro, pues todo lo que dice ya lo han visto ellos por sí mismos, o si no lo han visto es porque el mundo de la empresa no les interesa y no pierden tiempo en él. No, su libro no es para ellos. Es para los otros. Los que no le dan mucho al coco. La operación es inversa a la del best seller tradicional: desecha la deshonestidad. Hace explícito, y esto es algo inédito, que se trata de un best seller, y con ello: a) que su lectura no te hará más inteligente, y b) que tampoco necesitas inteligencia para leerlo. Asimismo, en lugar de hablar de las cualidades potenciales del lector, enfoca su mediocridad. Tú trabajo, le dice, no es esencial para la empresa, que te quiere precisamente por lo que tienes de vulgar, por tu imposibilidad de rebelarte, por tu manera pasiva de seguir sus reglas. Maier le explica (le pone por escrito, porque en realidad ya lo sabe, y muy bien) al trabajador de la empresa lo insignificante que es. Como toda buena obra, se inscribe en los clásicos de un género al mismo tiempo que pervierte dicho género, lo modifica, lo modela a su gusto. Sin embargo, el formato del género actúa con tanta fuerza, la costumbre lectora (consumidora) está tan arraigada en el lector, que las ventas son muy buenas. Lo que parecía que iba a asustar al típico lector de best seller, no le asusta. ¿Acaso no compraba los best seller porque le hacían sentir bien y le daban una visión fantástica de sí mismo? ¿Qué es lo que hace que este libro venda tanto? El éxito debe de estar, entonces, en lo mismo que todos los otros libros de autoayuda: en la simplificación y mutilación de las ideas ajenas. El texto está plagado de referencias a autoridades: Barthes, Foucault, Debord, Arendt, Marx, Weber, Girard, Sade, Orwell, Freud, entre otros. Mientras más complejo es el autor que cita, más fácil de entender es el refrito que de él hace Maier para no dañar demasiado la autoestima del lector, ese querido lector que va a hacerla multimillonaria. Muy pocos de estos autores clásicos, por otro lado, aparecen en un best seller tradicional, ya que lo último que quiere un autor tradicional de libros de autoayuda es intimidar a sus lectores potenciales con la “cultura seria”. Sin embargo, se diría que Maier los coloca medio en broma, para burlarse al mismo tiempo de la intelectualidad –de los postestructuralistas franceses, sobre todo- y de los que huyen de la misma. No necesitaría tanta cita, ya que lo único que su libro hace es volver inteligible, traducir a leguaje cotidiano, la jerga superficial y estúpida de la empresa, con sus estrategias, su management, su diversificación, su logística y demás zarandajas. Y para ese viaje no se necesita tanto Freud ni tanto Foucault. Además, ningún “cargo medio” de los que se supone que tienen que leer este libro va a acercarse, por supuesto, a la lectura “en crudo” de tales autoridades. Sin embargo, esta bibliografía de nombres tan impresionantes genera un efecto cómico, una ironía estructural a Buenos días, pereza: tantos siglos de cultura, tanta sabiduría acumulada, y ahora llega la nueva economía con cuatro palabrejas en inglés, y venga, todos las usamos como si las comprendiéramos, como si nos importaran algo, como si fueran las palabras más normales del mundo. Todos customizamos y fidelizamos y cosas así. Cuando, en realidad, lo único que nos importa es disimular y escaquearnos tanto cuanto nos es posible. Maier siempre sigue el mismo esquema: toma una idea de cualquier autor, enunciada en dos frases, y la coteja con el mundo empresarial: por ejemplo, el panóptico de Bentham, comentado por Foucault, es el modelo tentacular de la estructura de la empresa, que te vigila (y te castiga) constantemente. El grado cero de la escritura (Barthes) está ahí donde las palabras no quieren decir nada, lo mismo que en los informes empresariales llenos de jerga técnica. En el mismo sentido se cita a Orwell, en cuya novela 1984 los diccionarios contenían cada vez menos palabras. El concepto de potlach (fiesta de los pueblos primitivos donde se cocina un exceso de alimentos en lugar de conservarlos, sin aparente motivo), desarrollado por Marcel Mauss, se relaciona aquí con la labor que hacen varios trabajadores por repetido, dos o tres veces, inútilmente, burocráticamente, como si se pudiera desperdiciar la fuerza de trabajo. Todo recuerda al recién desaparecido Dietrich Schwanitz y su libro La cultura. Todo lo que hay que saber, en el que, con un tono deliciosamente cómico, lo resume absolutamente todo, desde los presocráticos hasta hoy, amazacotándolo en menos de 500 páginas.

Sin embargo, donde en los best seller tradicionales que tratan sobre la empresa hay jerga tan vacía como en la empresa, en Maier el lenguaje es perfectamente banal y comprensible. No hay pretensión de misterio, no hay grandes revelaciones mentales. Nada de lo que lees en el libro lo has dejado de ver por ti mismo, aunque nunca lo hables con tus compañeros de empresa. Todos sabemos, por pura vivencia, que a veces hacemos tareas en el trabajo sólo por perder el tiempo y que llegue la hora de salir. Pues claro. Parece que trabajas pero estás pensando en tus cosas, y tu mente está en el grado cero (Barthes, por seguir a la autora) del esfuerzo. Se llama, en lenguaje llano, hacer bulto, y ha existido siempre. La diferencia es que ahora es este tipo de tarea la que define a la empresa, y eso es lo que no está dicho. Si la mayoría de los best seller, pues, dicen lo no dicho inventándoselo, creando mitologías baratas, Maier simplemente dice lo no dicho. La estupidez del lector, si existe, no está en creerse un discurso tramposo, sino en no haberse dado cuenta de algo obvio que Maier dice con las mismas palabras que hubiera usado su abuelo cincuenta años antes: escaquearse, sudar la gota gorda, escalar en la empresa, hacer la pelota, pisar al compañero, fingir que se trabaja, etc... y para ello cita, por ejemplo, a Lacan, y se ríe y nos hace reír.



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