LITERATURA: Maxi Single - "Una Empresa Singular– Las Hadas llevan Botas" David Murders & the Representatives of Evil

Una Empresa Singular

Tras atravesar el umbral, Ortiga cerró la puerta de un portazo. Era un tipo menudo, rechoncho y enrojecido tocado con un sombrero de gangster y un puro medio consumido apretado entre los dientes. El resto de su atuendo no iba exactamente a juego con lo anterior; parecía más bien una sofisticación, un refinamiento barroquista o una degeneración -si se me permite la palabra- del canon original, pues su gabardina era de color rosa flamenco, sus pantalones, amarillos y escandalosamente acampanados, y su chaqueta, cuyas solapas hacían juego con el amarillo de los pantalones, despedía unos desconcertantes destellos de color rubí al aparecer y desaparecer por entre la gabardina. Extrañamente, el sombrero, ladeado y del mismo tono que el puro, hacía juego con un par de mocasines, al parecer de ante, que asomaban de vez en cuando desde los bajos del pantalón haciendo el efecto de un par de animalitos nerviosos y tornasolados.

-¿Señor... Ortega?- dijo el señor Tomeo.

-Ortiga.

-Disculpe.

-El señor Tomeo, supongo- inquirió Ortiga con impaciencia.

-Siéntese por favor- dijo Tomeo mostrándole el sillón de las visitas.

-Onfalia, por favor, tome la gabardina y el sombrero del señor Ortiga- me pidió.

Ortiga, quien parecía no haberse percatado de mi presencia hasta entonces, pese a que fui yo quien abrió la puerta del despacho, me dirigió una mirada rápida y directa a los ojos y se desenfundó la gabardina con ciertas dificultades. Me acerqué despacio, tomé la gabardina y el sombrero y los colgué del perchero, junto a la entrada. Después volví lentamente hacia mi pupitre.

-Es mi nueva secretaria, la señorita Onfalia.- oí que decía el señor Tomeo.

Cuando me di la vuelta para sentarme, Ortiga, que se había quedado mirándome, asintió y me dirigió un escueto “encantado” mientras echaba un vistazo inquisitorio al pupitre.

-En efecto- prosiguió- soy Ortiga –le dijo al señor Tomeo-, y esto es Sorpresas Tome, ¿no? ¿Por qué está su secretaria sentada en un pupitre?, ¿es que recibe algún tipo de instrucción?, je, je.

-Verá, señor Ortiga, eso es parte de la sorpresa- dijo Tomeo.

-Je, je. Muy gracioso- dijo Ortiga.

-Supongo que conoce los términos del contrato, ¿no es así?, señor Ortiga- dijo el señor Tomeo mientras tomaba el pliego y se lo mostraba a Ortiga.

-Por supuesto- contestó éste-, no lo habría firmado de no ser así.

-Bien.

-Bien- corroboró Ortiga.

-Señorita Onfalia- me dijo entonces el señor Tomeo-, como usted ha leído y firmado asimismo su propio contrato con sorpresas Tome, le pido por favor que levante la tapa del pupitre, lea la nota de instrucciones que encontrará dentro y proceda.

Levanté la tapa del pupitre y miré en su interior. Ortiga sonreía y nos miraba alternativamente al señor Tomeo y a mí. En el pupitre vi un post it de color rosa colocado sobre un tapete verde que parecía ocultar algún objeto colocado al fondo del pupitre. En el post it había tres líneas escritas con letra de imprenta. Lo leí, alcé la cabeza y miré por encima de la tapa del pupitre.

Según el contrato, estaba obligada a obedecer todas las instrucciones que recibiera de Sorpresas Tome, aunque, como había recalcado el señor Tomeo, nada me impedía dejar el empleo en cualquier momento y marcharme sin más explicaciones, siempre que, en el futuro, respetase escrupulosamente la cláusula de confidencialidad que había firmado.

Despegué el post it y lo pequé en un lateral del pupitre. A continuación levanté el tapete, cogí el látigo que estaba enroscado en el fondo, bajé la tapa del pupitre y me levanté.

Ortiga parecía realmente sorprendido, pero en su gesto de sorpresa había también excitación. Sin duda, el señor Tomeo había hecho un uso acertado del historial psicológico de Ortiga, "requisito indispensable", me había dicho, "para todos nuestros clientes".

- Bájese los pantalones y apóyese sobre la mesa- ordené.

Ortiga obedeció. Se levantó del sillón, se desabrochó los pantalones y los dejó caer.

- Los calzoncillos, por favor- le dije. Ortiga se los quitó y apoyó ambas manos sobre el extremo de la mesa del señor Tomeo.

Enarbolé el látigo y azoté con él a Ortiga:

¡Plás!

Se hizo un silencio.

- Otra vez- dijo Tomeo.

¡Plás!

Ortiga lanzó un alarido de placer.

- ¡Más fuerte!- exigió Tomeo.

¡Plás!

- ¡Más fuerte!- exclamaron los dos.

¡Plás!

- ¡Más fuerte!

¡Puntoplás!

Las Hadas llevan Botas

Volvía a casa tarde anoche cuando, de pronto, me asusté. Miré a través de una ventana y ¿a que no sabéis qué es lo que vi?: un hada con botas bailando con un enano. Oh, sí.

¡Las hadas llevan botas, tenéis que creerme, lo vi, lo vi, no os miento!

¡Las hadas llevan botas, tenéis que creerme, lo vi con mis propios ojos!

¡Así que fui a ver al Doctor para que me diese algo!

Dijo: ¡Hijo, hijo, has ido demasiado lejos, porque fumar y flipar es todo lo que haces! Oh, sí.

¡Las hadas llevan botas, tenéis que creerme. Lo vi, lo vi, no os miento!

¡Las hadas llevan botas y tangas de cuero. Lo vi con mis propios ojos!

¡Rueda sobre Beethoven y dile a Tchaikovsky las nuevas!

¡La revolución es obra de voluptuosos!

Esos jóvenes son fanáticos de la forma...

¿Qué es ese extraordinario fenómeno de lo dionisíaco?

¡Las hadas llevan botas, tenéis que creerme, lo vi, lo vi, no os miento!

¡Las hadas llevan botas y cadenas de acero! ¡Oh, sí!, ¡nena! ¡Lo veo!

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