OPINION : "El precio de la vanidad" inés matute

De “El diccionario del diablo” de Ambrose Bierce:

Belleza: Poder mediante el cual una mujer fascina al amante y aterroriza al marido.
Magia: Arte de convertir la superstición en dinero. Existen otras artes pero el modesto lexicógrafo no las menciona.
Espejo: Plano vítreo sobre el que se despliega un espectáculo efímero para desilusión del hombre.

Hace unos días, me comentó mi asesora de belleza – o sea, la moza que se cuida de mi carrocería: depilación y puntual despioje- que el doctor Chums estaba a punto de aterrizar en la isla. El ínclito doctor Chums es un mago del picotazo; su bien merecida fama se debe a que allá donde pone la jeringa, arruga que te borra. Que Chums venga a Mallorca no deja de tener su mérito, dado que el hombre trabaja 18 horas 7 días a la semana, y tan pronto está pinchando en Emiratos Árabes como haciéndole la prueba del Carbono 14 a una fosilizada Camila Parker. Llevada por la curiosidad, comencé a interrogar a Marga: Para conseguir que el sujeto se desplace hasta tu ciudad, una esteticista de renombre tendrá que reunir a un grupito de 20 personas dispuestas a acoquinar los mil euros que cuesta el chute. La restauración facial no queda garantizada hasta que se acumulan al menos 10 picos (sí, sí, ya estamos en el millón y medio de pesetejas), puesto que lo que el doctor lleva en el maletín no es otra cosa que un compuesto de vitaminas, bótox “y un par de sustancias secretas”. Si el resultado no fuese el apetecido, una es libre de solicitar 3 inyecciones más o de convertirse en clienta eterna, que suele ser lo habitual entre quienes piensan que lo suyo tiene arreglo.
Para bien o para mal, el doctor Chums anuló su primera visita a Palma porque el bueno de Berlusconi decidió cierto día ponerse una inyección extra, consiguiendo, y no quiero saber a qué precio, que Chums dejase colgado a un grupo a cambio de contentar al personaje. Es curioso, hace apenas unos años, Berlusconi parecía mi abuelo; al paso que vamos, pronto acabará pareciendo mi nieto. Me cuentan, para mayor engorde de la leyenda de Chums, que el caballero recorre el mundo en avión privado, y que los días previos a la boda del Príncipe Azul, su consulta de la Castellana parecía el Corte Inglés el primer día de rebajas. También me cuentan que, dado el precio del potingue, Chums ha creado una línea de belleza más asequible, que muy pronto se comercializará en España. Los resultados no serán los mismos, se entiende, pero la gente seguirá esperando el milagro. Marga, que días más tarde asistió a un encuentro, quedó prendada de la exquisita educación y savoir faire del sujeto. Su embeleso no impidió, sin embargo, que constatase la cara de hogaza recién horneada que paseaban algunas adictas al bótox. “Lo malo del bótox” – me comenta hoy- “es que la gente tiene que aprender a ser más expresiva con la voz y con las manos. La cara es la misma en un funeral que en una despedida de soltera, no sé si me explico”. Sí, hija, sí, te explicas divinamente. Cuando Marga me pregunta si deseo sumarme al próximo “Botox Party”, le respondo que a mí, en el colegio, me explicaron que una toxina es una cosa muy chunga – el bótox es toxina botulínica, un veneno propio de los pollos- y que creo que la palabra se podría emparentar con “tóxico” y “botulismo” sin hacer mucha virguería semántica. También le digo que, con lo de la gripe aviar, ya ni siquiera me cae simpático el Pato Donald, y que si bien una parálisis facial es la mejor manera de prevenir las arrugas, para mí no deja de ser una putada. Putada, con todas las letras. Marga vuelve a sus pelos, que son los míos, convencida de estar depilando a una cenutria. Yo, segura de poder alcanzar la felicidad por otros medios, me miro en el espejo y encadeno ocho caretos sin el menor esfuerzo. ¡Ahí queda eso!.



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