“ Casi mediodía. Las campanas de todas las iglesias resuenan entre las calles desiertas de la parte vieja de la ciudad. No soy ateo - me parece un esfuerzo excesivo - ni siquiera escéptico, ni , por supuesto, cristiano. Y, además, en general, lo espiritual, de la mano de cualquier clérigo, me produce un inmediato escalofrío.
Y, sin embargo, al oír estas campanas, he comprendido que para algunas gentes - ¿ muchas? , ¿ pocas?,¿ qué más da? - ha nacido un salvador. Un salvador que les va a perdonar los errores de su vida y que va a dar sentido a sus enfermedades y a su dolor. Por descontado que comprender esto es comprender también, como diría Miguel Torga, esta tierra que fue - quizás ya no lo es tanto - adusta y fría. Pero comprendiéndolo la emoción ha llegado hasta la lágrima.”

Reproduzco aquí algunos párrafos del dietario de mi buen amigo Ataúlfo Viscarret, en estos días en los que la llegada de las fiestas navideñas desatará sin duda el delirio de la lotería y de los regalos, entre abetos engalanados, Olentzeros y Reyes Magos.

Se podrían hacer ( y se han hecho) sobre este fenómeno profundas reflexiones psico-sociológicas señalando la curiosa y quizá preocupante supervivencia de una serie de ritos básicos del cristianismo en una sociedad fundamentalmente laica. Y también se podría aludir – esto gusta mucho a algunos- a un transfondo antropológico y telúrico que emerge con ocasión del solsticio de invierno. Así se conseguiría acaso no repetir los tópicos economicistas al uso que se resumen en la conocida frase de que “ la Navidad es un invento de El Corte Inglés”.

Pero he preferido atenerme a las palabras anteriores porque me parece que recogen el sentir último de estas fiestas- por otra parte para muchos ciudadanos tan ajenas- más allá de las luces de colores y de las cabalgatas rimbombantes y más acá de cierto nihilismo íntimo, tan común entre gentes ilustradas.