No voy a ceder. Ya puede guiñarme el ojo catódico y acaramelarme las pupilas con todos esos primores navideños, ceñidos siempre en papel dorado, como si el bombón, la trufa o el mazapán encarnaran el fruto que paren las estrellas. No. Yo soy una elegida de los dioses. Yo estoy delgada. Y voy a seguir estándolo.

De mi cabellera pelicaída y estropajosa, la escasez de riboflavina desterró el brillo y el concierto... Pero estoy delgada. El calcio ausente de mi dieta va firmando en mis molares con su negra y fétida rúbrica... Pero estoy delgada. Sin nutrientes que la animen, mi tensión arterial zigzaguea a mis pies mientras procuro que el colocón hipoglucémico no despeine mi andar gatuno de top model hambrienta... Pero estoy delgada. La tiamina suprimida en mi castrada mesa mantiene lejos de mi almohada la sonrisa de Morfeo... Pero estoy delgada. En otro jardín distinto sembraron los colores que alguna vez otearon desde mis carrillos.... Pero estoy delgada.

Medio calva, cariada, mareada, insomne y muchipálida, sí. Pero delgada.

Y en el lecho final, mi mortaja de Armani fascinará al comité de recepción gusanero. Un ataúd de la talla 36 –ni una más- dará fe de mi triunfo. Es cierto, tendré el nido de mis cuencas mirando vanamente, vacíos de sus huevos rotatorios, estará mi boca calladita (para siempre podrida y sonriente), seré una ensalada de carcoma, residuos de ilusiones y polvo de nada. Seré olvido.... Pero, ¡qué coño! ¡Estaré delgada!

Felices fiestas :)