OTROS - Cine: Sueños en la caverna - "Semana Santa 2005" alex oviedo

Habíamos quedado con unos amigos para ir al cine pero acabamos metiéndonos en un restaurante a cenar. Después de hacer una valoración de las películas que se proyectaban había demasiados puntos en contra. Y es curioso: realmente sí había filmes interesantes para ver. Pero ya partíamos de una premisa: no nos gustan los cines pequeños, ni el descuido con el que parecen gobernar ciertas multisalas. No sé, puede que no nos apeteciera someternos a la incertidumbre de títulos que no conocíamos o que nos invadiese la sensación de que íbamos a tener una sesión de rumiantes de palomitas.

Una vez en el estreno de “La momia”, en una de esas salas de un centro comercial, coincidimos con dos parejas que habían ido al cine a cenar. Se habían sentado pertrechadas de un menú de golosinas, patatas fritas y nachos con queso. Todo ello regado con sus buenos vasos de refrescos de cola. Después del primer plato se escuchó el sonido de una bolsa al ser abierta —a esas alturas se les oía más a ellos que lo que se decía en pantalla— y seguidamente el ruido de unos dientes ejecutando con habilidad la apertura de una pipa. De girasol, como aquéllas que el toro herido sentía no poder probar antes de dejar este mundo. Fue un “cricri” que perduró durante más de una hora y que terminó cuando las luces avisaron de que la proyección había llegado a su fin. A todo esto, entre pipa y pipa las dos parejas comentaban las frases que no habían oído de la película, cosa que agradecimos: de esa forma pudimos enterarnos nosotros también de lo que se decían en las escenas tiernas.

Poco antes de cada sesión proyectan anuncios en los que se pide con mucho respeto y sentido del humor que se abstengan de fumar, hablar y que desconecten los teléfonos móviles. Una tarde en “Descubriendo a Forrester” llamaron a una señora. Tardó en darse cuenta de que era a ella a quien llamaban. Cuando se percató, descolgó el teléfono y estuvo durante casi cinco minutos hablando con su hija. En voz alta, casi tanto como la de Sean Connery. Creo que aquella noche ellas también tenían cena.

Pero decía que habíamos estado haciendo cábalas para valorar qué película merecía que nos gastásemos los casi seis euros que cuesta ya la broma. Quizás el hecho de que nos encontrásemos en plena Semana Santa favorecía que a nadie le apeteciera ver una obra sobre el dolor humano, ni sobre una señora dedicada a ayudar a otras mujeres a abortar, ni los últimos días de aquel personaje ridículo e informe que acabó provocando una de las mayores guerras que ha sufrido la Humanidad. Queríamos algo intrascendente pero a la vez bien construido. Algunos ya habíamos visto “Entre copas”, —ese alegato del cine independiente americano a favor de la amistad de dos amigos cuarentones en crisis—, película con uno de esos finales inciertos de los que disfruto porque me obligan a pensar en lo que he visto, en los caracteres de sus personajes, en el desarrollo del guión. No había nada de eso. La lluvia que caía tenue nos encaminaba hacia una noche repleta de melancolía. Éramos seis, habíamos vuelto de pasar dos días en Llanes recordando viejos tiempos —es lo que tiene la edad—. Y en el fondo lo que nos apetecía era cenar entre amigos. Como en aquella película de Laurence Kasdan titulada “Reencuentro”.



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