Hubo un tiempo en el que el asfalto se transmutó en agua, se derrumbaron las paredes, todo fue mar y cielo.
Y ella voló.
Pudo ver el cauce por donde transcurría su vida y el océano en el que desembocaría y quiso seguir volando siempre pero, irremisiblemente, su acera volvió a tenderse para que siguiera arrastrando día a día aquel carro, con la persistencia inconsciente de las máquinas.