Pues eso. Que hemos vuelto ya de nuestras gloriosas vacaciones estivales y a uno le ha quedado la sensación de que podía haber pasado el mes sin pisar los cines. Es curioso: dos películas a la semana durante el mes de agosto hacen la friolera de ocho películas. Y de ellas, apenas han logrado el aprobado una tercera parte.
En una de las ocasiones en que me aventuré a disfrutar del espectáculo, un buen amigo me auguró que ya no se podía confiar en el cine americano. A no ser que quisiese desenchufar mi cerebro y dejar que las neuronas se emborrachasen de fuegos artificiales, carreras vertiginosas y lo mejor del show de la cámara digital. Es cierto que ir al cine en verano tiene sus ventajas: el aire acondicionado te permite sobrellevar las dos horas largas de proyección. Y quizás, si tienes suerte, puedas observar de soslayo y entre sombras la figura de una pitiqui que has visto entrar ligerita de ropa. Pero cine, lo que se dice cine francamente poco.
Y eso que la temporada parecía comenzar con buen pie. Spiderman 2 era una cinta hecha con gusto, que se abría con unos títulos de crédito que por sí solos ya son una obra de arte. En dos breves minutos, se mostraba toda la historia del protagonista que habíamos visto en Spiderman y nos lanzaba de lleno a la trama. Un film en el que por fin se planteaba el dilema moral del superhéroe (la crisis de identidad de Peter Parker-Spiderman) muy en la línea del espíritu del comic y que estaba ausente en la primera entrega. Para los amantes del hombre-araña, la representación en la pantalla se alzaba con una buena nota.
Fahrenheit 9/11 es una muestra de cine documental realizado con buen pulso. Sólo por ver la cara de estúpido que se le queda a Bush durante siete minutos en un colegio tras enterarse de los atentados de las Torres Gemelas merece la pena la película. Su director, el incendiario Michael Moore, es capaz de mostrarnos la actitud prepotente y altanera del presidente de Estados Unidos sin que abramos la boca en ningún momento para bostezar. Es tal la cantidad de sorpresas que depara el documental, que uno tiene dudas de si se encuentra ante ficción o realidad. Aunque habríamos preferido que fuese lo primero para no sentir la vergüenza que nos transmiten esos políticos mediocres, interesados, incompetentes e inútiles.
Respecto a Yo, robot, siempre fui un fan de Asimov, leí sus libros con fruición (desde Fundación hasta sus historias sobre robots) y tenía ganas de ver el resultado cinematográfico de sus famosas Tres Leyes de la Robótica. La película, para el lucimiento de un Will Smith saltarín y chistosillo, es uno de esos productos puramente veraniegos que se ven con gusto y se olvidan con facilidad, en los que se mezclan las dosis adecuadas de velocidad, acción, sentido del humor, aventura o misterio. Quizás falte algo de sexo, pero qué quieren. Como se decía en aquel gran final de Billy Wilder: Nadie es perfecto.
Y hablando de ello, Las mujeres perfectas es lo más parecido a la imperfección. Aún no me explico cómo se han podido mezclar en este subproducto actores de la talla de Nicole Kidman, Matthew Broderick, Glenn Close, Bette Midler o Christopher Walken. La película no logra ninguno de los cometidos para los que parece haber sido creada: no hace reír, no hay ningún misterio que descubrir en esas mujeres espectaculares y robotizadas, y ni siquiera plantea una crítica social o una guerra de sexos. Se queda tan sólo en una comedieta ligera con personajes histriónicos carentes de interés.
Admito que el caso de Catwoman era una cuestión de fetichismo. Siempre he sido partidario de la ropa de cuero cuando va precedida de un buen cuerpo. Y Halle Berry parecía la mujer idónea para representar a ese personaje extraído del comic y que exuda sensualidad. Tal vez teníamos en mente a Michelle Pfeiffer maullando bajo aquel traje de vinilo negro. O es simplemente que su director (el francés Pitof, que me sorprendió con el tratamiento visual de su película Vidocq) no ha sabido contar una historia y se ha limitado a recrearse en el cuerpo siseante de la actriz. Aparte de un par de escenas en las que se nota que Halle Berry ha estudiado el sigilo de los felinos, el resto es superficial, absurdo, inocente y estúpido. Por no haber ni siquiera hay un buen guión. O mejor dicho. El guión es el mismo de tantas otras películas de superhéroes.
Y me queda una última: El rey Arturo. Tenía muchas dudas antes de entrar en la sala. Al salir llegué a la conclusión de que no tenía que haber entrado. Y me preguntaba por qué narices tenían que hacer otra versión sobre los Caballeros de la Tabla Redonda y más cuando el resultado no aporta nada al mito artúrico. Personajes sin personalidad (la relación entre Arturo, Ginebra y Lancelot da risa), batallas idénticas a otras muchas filmadas con anterioridad, desorden narrativo que sólo tiene sentido como intervalo entre batallas. Ni siquiera la presencia de Keira Knightley le da fuerza al filme. Una película de serie B publicitada como si se tratase de una obra mayor.
Esperemos que el otoño nos traiga al menos algunos minutos de interés. Quizás Spielberg
O Amenábar.