nº 53 - Septiembre 2004 • ISSN: 1578-8644
Agata y otros ojos
"Anoche hable con la luna"
mari carmen moreno
(Acerca de "Anoche hable con la luna" de Alfredo Gómez Cerdá)

Confiesa Alfredo Gómez Cerdá que su afición por la escritura le viene desde niño, cuando leía sus escritos a sus compañeros de juegos. Esa naturalidad se palpa en cada una de las páginas de sus libros. Una especial predisposición para captar el lado inusual de las situaciones narradas nos hace copartícipes de las historias. Historias como la de “Anoche hable con la luna” que se pliegan de tal modo a la triste y dura realidad de sus protagonistas el lector se siente totalmente atrapado por su lectura.

Confiesa Alfredo Gómez Cerdá que su afición por la escritura le viene desde niño, cuando leía sus escritos a sus compañeros de juegos. Esa naturalidad se palpa en cada una de las páginas de sus libros. Una especial predisposición para captar el lado inusual de las situaciones narradas nos hace copartícipes de las historias. Historias como la de “Anoche hable con la luna” que se pliegan de tal modo a la triste y dura realidad de sus protagonistas que el lector se siente totalmente atrapado por su lectura.

El problema de Luz -una adolescente que se enfrenta al acoso sexual de su padre- no se desenmascara hasta que no descubrimos que las cartas que escribe su amiga Soledad no son más que un trasunto de sus propias vacilaciones ante la imposibilidad de encontrar una solución cabal a la cruda realidad. La solución pasa irremisiblemente por la confesión a su madre de su secreto y la denuncia a la policía. Luz es consciente, pero en vez de tomar esa determinación, decide inventarse una amiga imaginaria a quien trasladar su dolor, de manera que es ella misma la que insiste en buscarle soluciones, la que apremia a la otra a que se decida una y otra vez a acabar con el problema que le está aniquilando.

Nuestra protagonista ha sentido siempre un gran amor hacia su padre, a quien es incapaz de odiar, ni siquiera ahora. Conoce su frustración, su incapacidad para resolver sus problemas, su falta de iniciativa o coraje ante los envites de la vida: un trabajo que en modo alguno le satisface, un matrimonio roto ya por sus continua falta de aplomo para exigirse soluciones que siempre se esperan de los otros, pero que nunca parten de uno mismo, una total ineptitud hacia el entorno familiar …Por mucho que intente hacer valer su autoridad esta se diluye a cada paso en la lectura, su cobardía asoma en la escena final cuando accede a la proposición de su hija, cuando se sube al puente, pero es incapaz de arrojarse al vacío, incapaz de hablar con ella.

Ese desencanto ante la vida también afecta a la madre de Luz. La joven cree que si sus padres volvieran a quererse se acabarían sus problemas y todo volvería a la normalidad. De ahí que le reproche que no intente recuperar su matrimonio, que asuma de antemano que no hay vuelta atrás. La desesperación de Luz es tal que llega a preguntarle a su madre sobre la periodicidad de sus relaciones sexuales. Por supuesto la madre no entiende lo que le pasa a su hija. Intenta indagar en el problema, pero ante las continuas increpaciones de ésta, no haya otra salida que pedirle que no interfiera en su vida, que se dedique únicamente a vivir la propia sin preocupaciones, como hacen otros adolescentes de su edad. Esa barrera que las separa se diluye en ocasiones, como cuando acepta pasear por el gran parque con ella, pero esos atisbos de complicidad se difuminan inmediatamente cuando cada una toma conciencia de su propia identidad. Luz sabe que no forma de su carácter la rebeldía, sus continuos reproches son fruto de su desesperación, pero en ningún modo forman parta de su carácter. Su madre – ella es consciente- fue fuerte a su edad, rebelde, llena de vitalidad. Ahora es un ama de casa acomodaticia incapaz de mover un dedo por asegurar su matrimonio o escuchar a sus hijos.

Tampoco Quique –su hermano- puede ayudarla. Su hermano asume el papel del adolescente que vive su propio mundo sin preocuparse de lo que le rodea. Se adscribe así a la idea que la madre tiene de los adolescentes actuales y que queda patente en sus conversaciones con su hija.

La protagonista sentirá pues la necesidad de evadirse una y otra vez. Cada mañana se dirige al Gran Parque, lugar donde el contacto con la naturaleza, le crea una ilusión. Traspasa sus puertas día tras día como si de una frontera protectora se tratara. Allí se confunde con la naturaleza, puede deambular sin rumbo fijo y no sentir la presión. El hecho de que su padre sea jardinero es un incentivo más. Es en ese lugar donde conocerá a Rafa.

Rafa le enseña que la vida se la forja uno mismo, es uno mismo quien decide lo que debe hacer. La libertad con la que acude al gran parque a realizar su función sin otro público que uno mismo, le ayudara a Luz a olvidarse por momentos de sus problemas. Sus representaciones muestran la valerosa lucha entre un dragón y un caballero por la dama. Esa lucha titánica es injusta. El dragón es muerto por el caballero, ante la mirada expectante de la dama que llora su pérdida, y la de Luz que se involucra en la historia. La representación muestra que somos marionetas movidas por hilos invisibles que nos obligan a seguir unos cánones preestablecidos a priori Sin embargo a veces los hacedores, los que dirigen los hilos, llegan a confundirse con sus personajes hasta el punto de ser incapaces de deslindar el territorio donde se bifurca lo propio de lo ilusorio. De ahí que Luz sienta fascinación por alguien capaz de buscarse la vida haciendo lo que realmente le gusta, sin preocuparse demasiado por las ataduras a las que nos somete la existencia: el dinero, la comida, la vivienda....Parece que nada le preocupe tanto como exteriorizar para si mismo y no para otros su pasión por el teatro. También Luz traspasa esa frontera ilusoria creándose a si misma: su soledad se convierte en ese personaje pertinaz que vuelca hacia fuera su mísero existir: un existir fulminado incomprensiblemente por la persona que más quiere y a la que debe destruir.

No será Rafa quien que le proporcione una solución a sus problemas ni tampoco Quique, su hermano, si bien es verdad que la visita al puente desde donde éste piensa practicar puenting le allanará el camino. La protagonista creerá que ha sido la mágica luna y a ella se aferrará con fuerza. Ella es la confabuladora, ella es quien le habla mostrándole cómo librarse de una vez para siempre de sus problemas. A ella dirigirá su grito de desesperación, y gracias a ella, tomará una determinación: empujar a su padre por el puente, desembarazándose de este modo de él, antes que la aniquile como ser humano.

No es anecdótico –piensa Luz - que en su última visita al gran parque su amigo Rafa este representando su obra maestra emulando a Machín. Luz se siente descubierta cuando Machín comienza a tararear su canción más conocida: “Anoche hablé con la luna”. Rafa insiste en un hecho: se trata de su número más preciado. En ese instante Luz comprenderá que la vida se mueve muchas veces por impulsos instintivos. Rafa la acepta tal y como es, con esa serenidad del que se sabe capaz de dirigir su destino sin preocupaciones ni falsas expectativas. Esa fascinación le llevará a ir en su busca tras alejarse de su padre, al que no puede empujar al abismo. Pese a esa máscara de determinación, ese espejismo forjado por la luna, es incapaz de empujarlo en el puente. Increpa a su padre para que sea el mismo quien acabe con la farsa de su vida, pero ante la falta de valor de éste, decide acudir a Rafa y quedarse a vivir con el.

La maestría del relato no reside tanto en la historia contada, una historia más de las que cada día asaltan las páginas de los periódicos mostrándonos como los seres humanos podemos arrastrar a nuestros seres más queridos en nuestra caída. La fuerza narrativa de la obra se sustenta en gran medida en la capacidad del autor que se adentra en la difícil mente de una adolescente, y consigue una radiografía de su angustia, su miedo, su amor, el terror inminente al fracaso. El autor muestra una capacidad inusitada de descubrir el lado más amargo de la realidad con un lenguaje tremendamente poético, donde se dan cabida las voces de los personajes atrapados en la maraña de la vida y donde el personaje de Luz se nos muestra de forma luminosa. Sus contradicciones arrancan de la difícil situación que le ha tocado vivir. Los personajes que la rodean no están estereotipados. El autor configura sus acciones con gran acierto, hasta conseguir apartarlos de sus tipos. Ese acierto alcanza incluso al personaje de Soledad, ese trasunto que se forja Luz en su intento por romper sus miedos, arrojarlos a la papelera y encontrar una solución premeditada que se vea ofuscada por la compasión ni por ningún otro sentimiento pertinaz que le una a su padre.. El autor consigue en todo momento forjar la atmósfera precisa. En ese territorio se dan cita tanto las situaciones poéticas que recrean el papel protector que representan tanto el “Gran parque” como el personaje de Rafa; con otras donde lo privativo es la tensión con la que se nos desvela sus continuas apreciaciones sobre su madre, su padre, su hermano, su soledad...que gracias a su trasparencia se convierten en fieles retrospectivas de sus caracteres, de su entorno y de sí mismos.