Ha habido suerte y la luna llena cuelga del cielo de Kunming en todo su esplendor. Las nubes negras que presagiaban la tormenta han desaparecido por arte de magia del firmamento. Sin la luna llena brillando en la bóveda celeste, la Fiesta del Medio Otoño sería un poco más triste, sin duda menos poética. La gente lo sabe y por eso el júbilo se respira en cada rincón de la ciudad.
Hoy todo el mundo debe regresar a casa para cenar con la familia. Los amigos nos hacen un hueco en la mesa a todos los que estamos lejos del hogar. Ésta es la noche de los abuelos, que con su memoria mantienen viva la luz de la palabra y el hechizo de las leyendas. Los niños comen en silencio, sin perder el hilo de cada historia que más tarde revivirán en nebulosos sueños. El extranjero también escucha atentamente, se siente embriagado por el calor de la familia, como los lejanos y felices años de la infancia.
Después de la cena salimos a la calle en dirección al Lago Verde Esmeralda. La ciudad vive inmersa en una aureola festiva y de inocente alegría. Los niños portan en sus manos farolillos rojos, cuya luz inserta paz en los corazones. En el Lago Verde Esmeralda miles de personas contemplan el esplendor de la luna llena en este trozo de cielo de la inmensa China. Pero en este mismo momento, en Corea, en Japón, en Vietnam, en Laos y en otros lugares del Extremo Oriente, millones de seres humanos estarán con la vista alzada hacia el infinito, maravillados ante ese círculo blanco pendiendo de los hilos invisibles del universo.
La gente se va retirando poco a poco de las orillas del Lago Verde Esmeralda. Pasa la medianoche y ya no hay casi presencia humana alrededor del parque. La luna llena sigue alumbrando en la plenitud de la noche. En la superficie del lago, una luz blanca baila sigilosamente al ritmo de las ondas del agua.