Nunca dejará de sorprenderme. Cuenta una conocida publicación literaria (reconozco que no está bien mentar a la competencia pero resulta poco menos que imprescindible) que aún a pesar de haber trascurrido trece años desde su muerte alguien sigue pagando las facturas de la luz de Marguerite Yourcenar fallecida el 17 de Diciembre de 1987, alguien que se hace llamar Margheritta Yourcemar. Nada más terminar de leer la noticia, recordaba aquella otra leyenda (y como tal hay que considerarla) que dice que todos los días 7 de Diciembre, día del aniversario de la muerte de Edgar Allan Poe fallecido en 1849, devotos anónimos de su obra depositan un ramo de flores y una botella de güisqui ante su tumba, no se sabe muy bien con qué oscuros y tenebrosos motivos.
Sirve esto para ilustrar la idea de que los auténticos epitafios aún están por escribirse, ya que siempre quedará la duda de que ambos hechos, lejos de ser aislados, formen parte de una conspiración de mayor calado mesiánico. Sé, que resulta difícil imaginar a una Yourcenar anciana urdiendo un plan tan maquiavélico como el que nos ocupa, que un o una admiradora continúe tras su muerte pagando las facturas de la luz. Porque puestos a dejarse llevar por telúricas tramas cabalística, ¿por qué no que también continúe entregando regularmente artículos a la prensa, o publicando relatos y libros?. Y rizando el rizo, podría hasta incluso presentarse a diferentes premios literarios esperando el fatídico día en que la confirmasen que había resultado ganadora en alguno de ellos, quizás en ese Nóbel que tantos esquinazos le dio. Pero, ¿qué sucedería llegado ese caso?. Pues que se desharía el entuerto, que se sabría la verdad, y ésta, siempre resulta dolorosa. Y lo peor de todo, que su nombre quedaría mancillado para siempre perdiendo el hecho de continuar pagando la factura de la luz ese halo de romanticismo que algunos quieren ver.
El caso de Allan Poe, resulta diferente, entre otras cosas porque es difícil de confirmar. No me imagino a un lector, por muy apasionado que sea de su obra, arrimarse a Baltimore sólo para comprobar que el día 7 de Diciembre una botella de güisqui anónima espera que el genuino escritor salga de su estertóreo agujero para echarle un trago. Y no me lo imagino porque posiblemente se trate de la acción de un bromista que como yo algún día escuchara la leyenda. La figura de Edgar Allan Poe puede dar mucho juego, no en vano a su incuestionable cualidad literaria se le une una desordenada vida que ayudó a forjar su leyenda de autor maldito. Pero de ahí a la historia que circula media un abismo. Tan sólo faltaría en tan peculiar anal que la botella fuese de vino amontillado. Al final es un poco como la carta de despedida de García Márquez que circula por internet, carta que nunca escribió y que él mismo se encargó de desmentir. Otra vez la obra de un fanático o de un bromista. Pero en el milenio de las nuevas tecnologías y en la desasosegada caverna en la que vivimos como muy bien se encargó de recordarnos Saramago, es mas fácil recurrir a ese tipo de semblanzas para tener la sensación de que también los poderosos y aquellos que un buen día tocaron el cielo con la punta de sus dedos, están sujetos al mandato divino de lo perdurable.
Pero mientras tanto, alguien tan ajeno como la propia autora continuará pagándole las facturas de la luz a Yourcenar entre otras cosas porque cuando la insigne escritora falleció aún no se había desarrollado internet. En caso contrario es posible que dichos pagos los hiciera a través de su tarjeta de crédito desde un ordenador anónimo. Porque ese ordenador, y aquel o aquella que diariamente se siente ante él, no representaría sino la nueva caverna platónica. Relean El mito de la caverna de Platón, piensen en él con detenimiento y coincidirán conmigo en que o bien ponemos freno a tanta irracionalidad, o acabaremos como la anónima persona que le paga a luz a Marguerite Yourcenar. Haciendo caso omiso a nuestro psicoanalista.