Analicemos el comportamiento del sonido en una sala de conciertos. Al emitirse desde el escenario, inicialmente el espectador recibe un sonido directo con una intensidad y tiempo de llegada que dependerá de la distancia al emisor. A continuación llegan otros sonidos producto de las múltiples reflexiones en las superficies límite de la sala (paredes, suelo y techo) y de los objetos que en ella se encuentran (mobiliario, personas, etc.). El tiempo de llegada de este sonido indirecto dependerá de la situación de los elementos reflectantes, y su duración de la capacidad absorbente de dichos elementos. En cualquier caso el sonido indirecto deberá ser siempre proporcional al directo.
Uno de los factores que definen la acústica de una sala es la reverberación. Es un fenómeno acústico en el que percibimos un incremento del nivel sonoro inicial debido a las reflexiones del sonido. Tiempo de reverberación es lo que tarda en extinguirse el sonido una vez que ha cesado la fuente emisora (el método casero es dar una palmada y contar). El volumen de la sala, la absorción del sonido y la situación del oyente influyen decisivamente en la reverberación final. Es imprescindible cuidar el diseño acústico según sea la utilidad práctica que se vaya a dar a la sala. Evidentemente el resultado diferirá si nos encontramos en una catedral gótica (100.000 m3, piedra y 13 segundos de reverberación) ó en una sala de cámara (1.000 m3, moqueta y 2 s. de rever).
Las primeras reflexiones del sonido deben ser numerosas y estar uniformemente distribuidas en el tiempo. Son fundamentales las provenientes de las paredes laterales, siendo necesario también aprovechar las reflexiones del techo para el músico y la audiencia. El escenario contará con una concha acústica bien diseñada para aprovechar al máximo todo el rango de frecuencias del sonido y direccionarlo hacia el patio de butacas y anfiteatros. El objetivo es conseguir que cualquier punto de la sala posea una buena acústica.
La distribución del sonido debe ser óptima también para el interprete. Es importante sentirse arropado por el sonido que emite, y si se trata de música en grupo debe existir una buena comunicación entre todos. Por ejemplo un suelo de madera y paneles reflectantes estratégicamente colocados en el techo y los laterales favorecen la transmisión del sonido en escena.
El sonido percibido por el oyente debe presentarse bien definido, limpio y claro. Ver perfectamente el escenario también favorece la escucha. Psicológicamente ver cómo se produce el sonido significa mejorar su percepción. Además el espectador debe apreciar un buen equilibrio entre las distintas fuentes sonoras que se produzcan en el escenario. También es necesario favorecer la mezcla de timbres de diferentes familias instrumentales (por ejemplo las secciones de una orquesta).
La absorción del sonido depende de los materiales utilizados en las superficies límite y de los elementos que se encuentran en la sala. Es esencial utilizar materiales de construcción adecuados, estudiar detenidamente las propiedades acústicas de la decoración y evaluar la influencia de distintos niveles de ocupación del aforo. La respuesta de la sala debe conservar la riqueza tímbrica del sonido inicial emitido por el interprete y potenciarlo. Por otra parte el aislamiento es fundamental para evitar ruidos externos (tráfico, salas adyacentes, maquinaria) e internos (conductos de aire, dilataciones, butacas, etc.).
Podemos encontrar ejemplos de magníficas salas como el Teatro Colón (Buenos Aires), Musikverein (Viena), Concertgebouw (Amsterdam), Carnegie Hall (Nueva York), Auditorio Nacional (Madrid), Palau de la Música (Barcelona), etc. Algunas que fueron consideradas fracasos, como el Royal Albert Hall (Londres) o la Sala Pleyel (Paris). Y otras muchas, buenas y malas, que se utilizan como salas de conciertos y ni siquiera lo son.