El libro de la almohada publicado por Alianza editorial (selección y traducción de J. L. Borges y María Kodama) en su colección de libros de bolsillo, es una de las joyas de la literatura japonesa. Escrito por
Sei Shonagon, dama de la corte de la emperatriz Sadako en el siglo X, forma parte del florecimiento literario que se debió a las mujeres escritoras del periodo Heian, en una época en la que la escritura a base de ideogramas chinos era patrimonio de los varones.
Las mujeres eligieron expresarse a través de los silabarios hiragana y katana, conformando con sus obras un corpus literario en el que destaca la considerada primera novela psicológica japonesa (La historia de Genji de M. Shikibu) y el mencionado Libro de la almohada, objeto de estas líneas. Estas obras en particular, y , en general las obras de las mujeres escritas en este periodo, son consideradas obras fundacionales de la literatura de Japón , porque corresponden al momento en que la cultura nipona se desgaja de la influencia china, y como tales son estudiadas por los escolares japoneses. Además, por razones evidentes, son textos reivindicados por la critica literaria feminista, que subrayará su acierto al haberse sabido valer y hacerse poseedoras de una escritura ajena al poder. Entonces una imagen acude al pensamiento: garzas de nieve sobre la nieve disimuladas.
El título del libro se corresponde con un género propio un tiempo en el que los cortesanos recogían sus impresiones en una suerte de diarios que luego guardaban en el interior de las almohadas de madera. Y otra imagen acude: vemos a la escritora que reposa
-literalmente- sobre sus pensamientos. Sei Shonagon dormida, el suelo oscuro de madera, los biombos, las telas, una penumbra clara, puede incluso que escuchemos el roce de las telas, el aire meciendo el cerezo, ¿ o son aquellas garzas batiendo las alas?
Porque el texto de Sei Shonagon está repleto de pequeños detalles cristalizados en descripciones sobre las estancias, los jardines y las conversaciones que te permiten ver y oír la corte en la que vivía. Este libro sobre la vida cotidiana, que podría haberse subtitulado el libro de las charlas y las sensaciones, destaca por la vivacidad, la frescura con que autora pergeña un texto en el que se suceden breves descripciones, listas, opiniones, sentires, anécdotas, historias, recomendaciones y pequeños poemas sin aparente orden alguno. La autora escucha, observa y al repasar los hechos re-escribe las horas de la vida de una cortesana en cercanía de la emperatriz. La descripción es minuciosa pero ligera, cortés siempre, presidida por la norma del agrado, educada y vivaz. Y otra imagen acude a la imaginación: un agua tan lisa como una seda tensa, un agua sin arrugas, un lago lacado, un brillo bellísimo pero negro.
Porque cabe preguntarse por aquello que no cuenta y por qué no lo cuenta. Y entonces acude otra imagen al cerebro: la visión de las aguas revueltas , el limo agitado , los coletazos de los barbos pardos. Y entonces ese empeño en entretenernos, esa amenidad presidida por el buen gusto, esa alegría, esa felicidad, esa deliciosa voz, se vuelven extrañas e inquietantes, como las garzas en danza nupcial sobre la nieve, un enigma.
Pero en la superficie del libro no se presagia ningún desasosiego, sólo muy de vez en cuando leemos acerca del disgusto que le provoca la zafiedad, listas de cosas que le desagradan, mohínes de desprecio por las clases inferiores. En esta vida presidida por lo estético, los pasajes se combinan ligeros y rápidos, trazos ágiles que hacen del lector alguien sumamente entretenido y asombrado , especialmente aquél que se interesa por la poesía. La autora es poeta, hija de poeta y educada en el aprendizaje de los versos y las caligrafías. Es admirada en la corte por las composiciones que conoce, el gusto y la destreza de las que hace gala; de igual manera que se la admira, desde el sentir contemporáneo, por esa reivindicación de lo bello para alcanzar la felicidad.
Vemos cómo San Shonagon duerme sobre su almohada de madera. Es esta una caja lacada. En ella una imagen que se agradece: la ligereza y el mimo con que la nieve cae, sobre las garzas, cerca del estanque, junto al cerezo:
Entonces mientras me guiaba a través de los corredores recitó el verso: El viajero camina a la pálida luz de la luna. La cita me colmó de felicidad, tanta en verdad, que Korechika observó riendo:
-Usted se deja emocionar por estas cosa. ¿ No es así ?
-Sí-pensé- pero cómo no emocionarse cuando alguien recita también.