nº 50 - Mayo 2004 • ISSN: 1578-8644
La quinta columna
"Triduo barroco o dúo de trípticos checos "
luis arturo hernández
(El barroco literario checo en un dos por tres)

Réquiem, de Jaroslav Durych, y Tríptico de Praga, de Johannes Urzidil, componen un díptico –barroco- de sendas obras narrativas de un autor checo en lengua eslava y de otro germano-parlante respectivamente, que recrean con su estilo tenebrista y desde los años 30, el primero, el claroscuro de la decisiva Guerra de los 30 Años; y, describiendo el grácil bucle que salta de ese siglo XVII a los años 20 del s. XX, el segundo, las luces y sombras de la época posterior a la Gran Guerra – o período de Entreguerras-, evocada ya tras la II Guerra Mundial. Un paréntesis narrativo que abarca del irresistible ascenso al ulterior desmoronamiento, tres siglos después, del Imperio “Australopiteco-húngaro” y que cerraría con siete llaves el sepulcro del mundo antiguo, del anciano régimen, que desaparece irremisiblemente sepultado por la convulsión de los nacionalismos europeos, la estética del feísmo y los movimientos totalitarios de exterminio masivo del siglo XX.

EL RETABLO DE LA PASIÓN, MUERTE Y PROFANACIÓN DE WALLENSTEIN

(Reseña de Réquiem, de Jaroslav Durych, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo)

“La batalla de la Montaña Blanca no es más que un final lógico, ya que al pueblo le tiene sin cuidado y, católicos o protestantes, poco importa, puesto que se trata de una pelea de gobernantes, de nobles, de Iglesias y de teólogos. El pueblo checo no peleó, ¡el pueblo checo se suicidó! Y la rama nueva, ese pueblo que habla una lengua checa parecida, está constituido por retoños póstumos cuya alma ha cambiado.”
Jaroslav Putík, el hombre de la navaja barbera

Tríptico de relatos, Réquiem (1931) aborda desde tres perspectivas distintas la figura de Albrecht Václav Eusebius Wallenstein, duque de Frydlandia, caudillo y campeón del catolicismo durante la Guerra de los Treinta Años y traicionado al fin por el Emperador.

La lealtad hasta la muerte de uno de sus seguidores en un entorno palaciego (Correo) y la profanación del ataúd del duque en un monasterio de cartujos a manos del general sueco que desea llevarse el cráneo del héroe como prueba de su victoria (Valdice) son las tablas laterales de un tríptico cuya tabla central la constituye Prado de Budejovice, relato dramatizado en boca de una muchacha en hábito de cantor imperial que describe la misa de acción de gracias del Emperador por la muerte de Wallenstein, ante un grupo de correligionarios de éste y traidores a él –“¡Judas contra Judas!”-, prisioneros del rey.

La embriaguez provocada por el vino y la sensualidad del canto en estos “cruzados de la Causa”, entre unos alerces flamígeros que parecen incendiar el centro del retablo bajo “el resplandor de la hoguera”, toma cuerpo en un estilo de grotesca promiscuidad entre Cuaresma –“Era el tercer domingo de cuaresma”- y Carnaval –“aunque era carnaval”-, en una fusión de sagrada concupiscencia y profana devoción –“El rostro de la muchacha irradiaba. Estaba blasfemamente hermoso”-, en abrupta confusión de felonía y heroísmo –“Contra fingimiento, fingimiento, contra traición, traición, contra mentira, mentira, contra los asesinos veneno, bala de retaguardia y puñal por la espalda”-, machihembrada de abnegación y satanismo –“con una osadía diabólicamente atrevida y con inocente levedad; la nobleza y la infantil humildad se convertían en una danza cortesana, en un triunfal alborozo, en una insostenible burla y una terrible blasfemia”- en un abrazo de contrarios propio de la estética barroca para la evocación de “los gerifaltes de antaño”.

Y nada más coherente con la identificación entre el contenido ideológico y las formas literarias que la estética del Barroco para esta aproximación en tres tiempos sucesivos a la pasión y muerte de Wallenstein, víctima sacrificial del triunfo católico en Bohemia y Moravia sobre los protestantes a mediados del siglo XVII, con un estilo neobarroco que, más allá de los guiños que llevamos hechos a la épica apostólica y legitimista de Valle-Inclán, se acerca a la sensualidad pervertida y mórbido ingenuidad de un Gabriel Miró.

En efecto, en una nueva vuelta de la espiral del irracionalismo poético, aquí subjetivo, Durych se expresa desde el Simbolismo, entre la plasticidad de la pintura –o sinestesia- y la sensorialidad de la música –“el canto del movimiento”-, con la coloratura de la voz modernista que oscila entre el impresionismo de los paisajes descritos con melancolía y el agrio expresionismo de contraluz y claroscuro -sombra y sangre, noche y fuego, vino y muerte- para recrear un período de la historia- Barroco- y un espíritu –“Era una época; un siglo entero y su soberbia”-, sobre el que se enseñorea, desde el místico catolicismo del autor, el fulgor de la espada de doble filo del sable noble y la guadaña de La Muerte: la muerte anticipada del Correo, la muerte profanada en Valdice o la muerte en vida, en ese purgatorio de Prado de Budejovice que es la traición –“Sus Señorías están muertos y a los muertos se les puede confesar el objeto del amor”, en palabras de la travestida y audaz amante del rey de Hungría; “pues mi rey no puede tener celos de los muertos”-.

Brillante obra maestra de pintura polifónica de la vanitas del imperialismo católico - propia de Valdés Leal- de los pies de barro y polvo y plomo y sombra y nada de Nada.

NUEVO RETABLO DE LAS MARAVILLAS

(Reseña de Tríptico de Praga, de Johannes Urzidil. Ed. Pre-textos)

“Ah, mi historia es tan barroca y triste y tiene tantas torres, cúpulas y colinas como la ciudad de Praga.”
Johannes Urzidil, Tríptico de Praga

Si ya la Praga de principios de siglo era de por sí un gran archipiélago dentro del marasmo artístico centroeuropeo, el barrio judío de la capital bohemia constituye una isla en la que sobrevivirá, tras el brusco naufragio bélico de la Gran Guerra, una inmensa minoría de escritores en lengua alemana, superpoblada comunidad literaria con la mayor concentración de autores por kilómetro cuadrado del siglo.
Entre esta pléyade y, en particular, dentro de la tertulia que se reúne en el Café Arco de la capital checa, al lado de las figuras ingentes de Brod, Kafka, Werfel o Kisch, ”brodea, kafkea, werfelea y kischea” un casi desconocido Johannes Urzidil.

A partir de un tríptico de la catedral gótica de San Vito que representa el motivo histórico de la “Huida del Rey de Invierno a través del Puente de Carlos”, Urzidil levanta su propio Tríptico de Praga sobre la base del mundo legendario checo de su infancia en un relato inicial -Relieve de la ciudad- que le permitirá recrear una visión mágica de Praga, una intrahistoria maravillosa que sirve de Predela al libro.

Sobre este “banco” de datos, en caldo de cultivo narrativo, se asienta la Tabla Central del Tríptico, Weissenstein Karl, relato de forma autobiográfica en el que Karl le cuenta al propio Urzidil -convertido aquí en narratario-, y desde “el más allá”, el particular “calvario” de un hombre contemporáneo aquejado del mal del siglo-la pérdida de identidad del individuo tras la crisis de la conciencia burguesa-.

En una narración de arranque picaresco, Karl irá dando cuenta de los avatares de una vida marcada por su versatilidad artística como poeta expresionista, por su capacidad de empatía para transformarse en el otro sexo o por una personalidad proteica que lo aboca a la actividad teatral, con claro tono desenfadado y un estilo expresionista, en un relato en que la anécdota se intercala con la reflexión - y aun con la digresión-, merced a una estructura abierta que recuerda al estilo barojiano.

Las “memorias” de este “rey del invierno” van ganando en hondura metafísica y voluntad de autoconocimiento a medida que el personaje se acerca a la madurez y asoman al relato los temas característicos de la literatura de los círculos judíos alemanes, como la soledad y la culpa, haciendo gala sin embargo de un vitalismo que se manifiesta en su propio distanciamiento respecto de la propia escritura o en el característico humor negro checo, “humor de ahorcado” que rezuma sobre todo en los episodios de su experiencia como enterrador y que preceden a su muerte.

Flanquean esta talla central de perspectiva aérea, sendos relatos que anteceden y suceden a la “pasión y muerte” de Weissenstein Karl haciendo el papel de Tabla Izquierda y Tabla Derecha del Tríptico, y en las que el autor-narrador adopta el punto de vista de un testigo a la hora de relatar la desaparición prematura de dos jóvenes “incorruptibles hasta el cinismo” y a quienes “la mentira torturó tanto que tuvieron que sacrificar la belleza”. Ambos relatos confirman la simetría formal del tríptico en lo que tienen de huidas hacia adelante, de vidas truncadas, de renovados testamentos de las fugas al tormentoso paraíso de la pasada juventud, resultando así complementarios en la estructura, si bien en el primero -La causa Welner- la vergüenza ajena pone el punto final a una peculiar “carta al padre”, y en el segundo -El legado de un joven- dicta sus últimas palabras un joven y mediocre escritor del círculo del Café Arco - entre cuyos contertulios vuelve a aparecer “Weissenstein, el revolucionario”-, un letra-herido de muerte a quien se le negará la inmortalidad.

Y como cierre de una obra que en su recreación literaria de un motivo artístico parece apuntar a la obra total, la interpretación de La flauta mágica funciona como elemento de cohesión del Tríptico, Espiga que da la réplica a la Predela anterior como una fuga abierta hacia el futuro, merced a la magia atemporal de la música -”El yo antiguo y el yo de ahora y el yo futuro siempre están presentes a la vez”-, a través de un puente -”El mundo es un puente. Atraviésalo, pero no te establezcas en él”-, espacio que confiere valor simbólico al “Puente del Rey del Invierno”, y a cada uno de los que atraviesan las distintas calles de la geografía del Tríptico, tan es así que, parafraseando el título del también judío alemán Leo Perutz, Tríptico de Praga bien pudiera subtitularse “De noche, sobre el puente de piedra”, si no fuera porque la magia de la recreación imaginativa del tríptico permite al lector, espigada en La flauta mágica la alusión cervantina a ese “Sancho Panza y Super-Svejk de la ópera y la poesía”, hablar de un “Nuevo Retablo de las Maravillas”.

“Pero fuera se elevaba Praga, la vieja y la nueva, recubierta de aromas de cerveza y salchicha, con sus leyendas de Libuse, defenestraciones husitas y de otro tipo, el vapor alquimista, las pistas del Golem, los nuevos mundos de los Neruda y Capek, el eterno mundo antiguo de las reyertas nacionales y los jardines florecientes, la Praga llena de sueños y de las músicas siempre resonantes de Mozart y Smetana”.