Hace nada, apenas unos días. Y volverá a ocurrir a riesgo de convertirse en un presente continuo. Una parte de África se precipita sobre nosotros; y no hablo sólo de toneladas de arena y arcillas saharianas. El viaje aéreo sucede hace millones de años. El viaje en pos de una vida digna es un fenómeno más reciente. Los de la patera creen que al otro lado del estrecho todo son cafeterías. Por eso se dejan la piel en las rocas; por traspasar la puerta de un Mac Donalds y catar un soft ice bajo una palmera que ya es, al fin, Europa. Pero empecemos por la meteorología, que las corrientes migratorias, cuando el que emigra es otro, suelen ser tema sobrero.
Las llamadas lluvias de barro son chubascos que arrastran el polvo en suspensión que flota a partir de 1500 metros en la atmósfera, tras ser alzado por las tormentas de arena propias de los desiertos. Esta lluvia sucia cae unas 25 veces al año en la isla de Mallorca. Una clara tendencia al alza en la frecuencia de las precipitaciones puede vincularse al más que evidente cambio climático. En los pueblos del Plá hablan de una pluja de sang (lluvia de sangre) cuando un limo colorado les embarra las tejas. Las quejas urbanas se dirigen al efecto estético sobre las carrocerías de los Mercedes que por aquí abundan- como si la propiedad de la famosa estrella se viese mancillada por un capricho de la naturaleza. El agua terrera también estropea el blanco nuevo de las sábanas recién tendidas, enturbia los manantiales y obliga a ibicencos y menorquines, enamorados del blancor de las fachadas, a encalar sus posesiones. El pasado 20 de febrero el polvo sahariano nos dio de lleno, y 11 gramos de continente africano se depositaron sobre cada metro cuadrado de Mallorca. Estas precipitaciones, que se dan cuando el sur alcanza al norte y la atmósfera adopta todos los colores del fuego, han tenido un gran impacto histórico en la formación de los suelos durante el período geológico cuaternario, pero son otras las noticias referentes a África las que manchan nuestra realidad regalando titulares a los diarios.
A mí me llueve África cuando me cruzo con ella en un semáforo y no puedo evitar aumentar la presión del bolso contra mi flanco. Me llueve África cuando las putas de mi ciudad se quejan de que las africanas son redondas se dejan penetrar, a pelo, por todos los agujeros- así como violentas y malencaradas, y que tienen la fea costumbre de emprenderla a patadas si el cliente no se deja robar una vez consumado el acto. La mala baba de las africanas empieza a espantar a ciertos puteros que no osan ponerse farrucos ante un chulo negrata crecido en destrezas de machete. Me llueve África cuando paso por la oficina del INEM y veo cómo un funcionario le pregunta al negrito de turno si habla mallorquín, y luego apunta su nombre, el dos mil quinientos ocho, en una lista de potenciales lavaplatos. Me llueve África cuando los skinheads de mi pueblo le calientan el morro a un chaval cuyo único delito es no ser blanco o, siendo negro, no tener carisma de rapero. Me llueve África cuando me planteo cuál sería mi reacción si mis hijas tonteasen con uno de ellos. Me llueve África cuando les veo hacinarse en un piso inhabitable, cuando sé que duermen diez en una cama en la que no caben cuatro mientras su arrendador blanco y con Mercedes- se hace de oro alquilando una cueva. Me llueve África cuando las autoridades hablan de la presión demográfica, del crecimiento sostenible, de esos emigrantes que, además de ser unos vagos y unos maleantes, se reproducen como conejos, los muy cabrones. Y me sigue lloviendo cuando me los cruzo por la calle, y me miran con desprecio o con arrogancia, según los casos, y me hacen sentir culpable, y yo no puedo o no quiero hacer nada al respecto.