Los viejos amigos es la última ( 2003) novela de
Rafael Chirbes. En ella , y a través de una ágil sucesión de monólogos, se describe la deriva personal de un grupo de militantes comunistas que pertenecieron a la misma célula durante los últimos estertores del franquismo. Treinta y tantos años después, algunos de los que sobreviven la muerte es un tema más que tratar acuden a una cena, convertidos/reconvertidos, salvo excepciones, en figuras y donfiguras que ellos mismos combatieron y detestaron: especuladores inmobiliarios, rentistas oportunistas o vulgares funcionarios. Incrustados así en el Estado o en el Capital, que diría Agustín García Calvo, las voces que escuchamos se lamentan de los amores frustrados, de las vocaciones irresueltas, de lo mucho que todavía fuman, beben ( y/o esnifan) y, sobre todo, en una sordina obsesiva, del engaño a que, al parecer, fueron sometidos por la utopía izquierdista: Sólo éramos un grano en el culo del capitalismo.
El valor de la obra de Chirbes reside, sin duda, en haber recogido un amplio abanico de situaciones de partida y de llegada las voces son de homosexuales y heterosexuales, de casados y de solteros, de viudos y separados , de padres y de hijos... - y en haberlas sabido combinar hasta tejer un tapiz representativo y analógico de la izquierda española de los setenta, algo ya apuntado en algunas obras de José María Guelbenzu, Alejandro Gándara, o Gustavo Martín Garzo, pero que estaba pendiente de cumplimentación, toda vez que las manos más jóvenes y capacitadas para hacerlo, como Belén Gopegui, no podían abordarlo sin impostura. En este sentido, se podría decir que Chirbes ha comenzado a rellenar un vacío importante de la literatura española contemporánea, permitiendo la reflexión ( y la auto-reflexión) generacional e inter-generacional.
Lo que, sin embargo, continúa quedando sin tratamiento literario alguno, tal que un hueco sentimental y a la vez epistemológico, es la historia de los miembros activos de la derecha recalcitrante de aquellos años de la dictadura crepuscular. Nadie ha escrito nada acerca de ellos, a no ser que se considere como tal la sucesión de apellidos que hemos venido viendo impresa en los periódicos: Ruiz-Gallardón, Arias Salgado, Pío Cabanillas... Y la pregunta que podría hacerse es si la derecha, más o menos recalcitrante, no ha necesitado hacer ningún ajuste de cuentas generacional por medio de la literatura. La respuesta, a la vista de los resultados, es que no, y la razón podría ser que sus militantes no han sufrido la anomia entre lo que esperaban ser y lo que han terminado siendo.
Pero, alors, no queda muy claro para qué pueden servir estas narraciones autoflagelativas de las gentes de la izquierda si no es para mostrar unas heridas - ¿ de la clase que no se quiso/pudo ser? - de las que la derecha se ríe se ha reído siempre - coralmente y sin compasión.