Tuve una novia a la que le gustaba el cine chino. Era una de esas personas aficionadas a un séptimo arte diferente, alejado de las salas comerciales, más cercano a los cineclubes y a la crítica entendida que al público medianamente normal. Con ella descubrí algunas de las esencias del cine que se hacía más allá de las fronteras estadounidenses (que era por otro lado el cine del que yo disfrutaba).
Curiosamente los dos habíamos estudiado una asignatura en la carrera que se denominaba, creo recordar, Teoría y Práctica del Cine y que nosotros llamábamos simplemente CINE, pero con mayúsculas, ya que el profesor que la impartía tenía fama de hueso. Durante un año intentó hacernos ver que existía una diferencia entre los protagonistas de las películas de Bresson y Robert DeNiro, por ejemplo, y que era tan importantes unos como otro, ante nuestro sorprendido rostro que anunciaba que DeNiro seguía siendo el mejor actor del momento.
Pero hablaba de cine chino, y más en concreto de un director que comenzaba a ponerse de moda. Se trataba de Zhang Yimou, y por aquel entonces se estrenaba La linterna roja. Recuerdo que salí de la sala con una sensación extraña. Por un lado me había resultado lenta, carente de ritmo, pero no podía negar que se trataba de un tipo de cine hecho con gusto y sobre todo con otros ojos. Una película planificada de principio a fin en favor de la imagen, la estética, los encuadres de cámara, casi una pintura en movimiento.
A partir de entonces he ido viendo y disfrutando de las películas de este inteligente cineasta chino. Algunas de ellas anteriores a La linterna roja como Semilla de crisantemo o Sorgo rojo. Luego también otras como Jou Dou, Ni uno menos o Vivir (esta última en el Festival de Cine de San Sebastián a las doce de la noche).
Fui a ver Héroe, último alarde creativo de Yimou, con la duda de si me iba a gustar una película que recurriera al estilo visual de Tigre y dragón, quizás porque esperaba encontrar demasiadas semejanzas. Y porque Tigre y dragón me había gustado lo suficiente para no querer encontrar nada parecido.
Las semejanzas son evidentes, pero sólo en la forma. Yimou acentúa el carácter poético de las imágenes. La historia del rey de Quin que luchó contra los Siete Reinos para unificar China y crear un imperio es el resumen rápido de un argumento que va más allá.
La épica, los celos, la lealtad son los personajes que se mueven por Héroe. Pero también el pacifismo, la muerte que es capaz de crear vida, el conflicto interior de unos personajes que buscan sus razones para luchar. Todo ello dentro de una historia en la que los flashbacks y contraflasbacks hacen que te muevas incómodo en el asiento buscando la verdad de cada relato, el origen de cada enfrentamiento.
Las velas cuya llama fluye a causa de un estado de ánimo, las flechas que surcan el cielo en violentas oleadas, los maderos que caen como fichas de dominó, el vuelo de los guerreros, los velos rotos por el filo de una espada, las miradas que se cruzan, el honor que lleva ineludiblemente hacia la muerte. Todo el poesía. Todo es buen cine.
Zhang Yimou escarba en las artes marciales para crear una hermosa película llena de matices y colorido, de intimismo y estética.