Cuando alguien nos pide que le recomendemos una novela, seguramente surgen las mismas preguntas que nos hicimos la última vez que buscamos un buen libro para nosotros. ¿Queremos una historia atractiva, sorprendente? ¿Buscamos algo formalmente atrevido, un lenguaje original? ¿Nos gustaría una novela que nos lleve a otras novelas, que nos descubra tesoros más allá de sí misma? ¿Nos atrevemos a bucear en aguas que pueden llevarnos delante de un espejo? ¿Preferimos aceptar un viaje que nos transvista y nos conduzca lejos de aquí? ¿Queremos prendarnos de sus personajes, que nos acompañen durante días, sentir y pensar con ellos, echarlos de menos cuando la historia termine? La novela de José Morella nos propone un nuevo pacto con el diablo, una tela de araña de historias en la que queremos ser mecidos. Queremos que la novela se nos trague como se traga a Bruno, el protagonista encargado de entrevistar a un viejo escritor argentino, Juan Salazar, que le reta a escuchar el terrible secreto que encierra su vida. Y si nos quedamos con Bruno escuchando a Salazar se nos van abriendo cajas de sorpresas envueltas en el papel más exquisito, en palabras que se van convirtiendo en nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca. De la mano del viejo conjuraremos a otros viejos conocidos de los libros, de la vida. Y quizás, mirando atentamente a Juan Salazar, pensaremos que se parece mucho al vampiro bonaerense que armó la vida en la literatura.
La fatiga del vampiro nos habla de cómo la vida se nos presenta a veces con su traje más gris, ese que muchas veces también nos resulta cómodo porque nos es tan familiar pero que nos devuelve siempre la misma cara. Nos habla del precio que pagamos por buscar colores, por pararnos un buen día y hacer lo que realmente queremos aunque no lo comprendamos bien del todo. A la vez, la novela nos propone un viaje de ficción en su sentido más clásico, desafiando los parámetros racionales de tiempo y espacio, explicando una fábula a la manera antigua, un cuento de monstruos como los que siempre han poblado las noches de los niños y los deseos de los adultos. Pero La fatiga del vampiro es también algo más, podría leerse como una atrevida biografía ficticia de Julio Cortázar. La extraña fuerza de Salazar es un guiño, entre otros más, a la eterna juventud de Cortázar, que jamás tuvo arrugas en su rostro, también de figura enorme y que fue vampiro de la vida, a la que siempre quiso llena de todos los colores, olores y sabores posibles.
Sin duda, José Morella consigue embrujarnos con sus vampiros cansados y los lectores podemos acercarnos o alejarnos de ellos, buscando que se nos parezcan y nos sacudan el alma o que habiten lejos, allá donde podamos disfrutar de ellos sin transformarnos. Quizás nos atrevamos a seguir su pista y estirar del hilo que nos propone el autor y movernos más allá, hacia otros viajes literarios y vitales posibles que nos devuelvan, aunque sea por un momento, la intensidad.