Desde que comenzaron las películas sobre el niño mago no ha pasado un año en que no haya ido a las salas a ver cada nueva entrega de la saga. Desconocía la existencia de Harry Potter, quizás porque nunca he sido muy dado a la literatura sobre niños, ni siquiera a las películas en las que el protagonista es un chaval. Me produce cierta pereza, tal vez porque presupongo que toda la obra va a girar en torno al aprendizaje, a su desarrollo como ser humano y porque este tipo de títulos suele estar repleto de niños repelentes y maleducados que provocan la hilaridad en el público y que en mí, sin embargo, sólo consiguen enfadarme.
Cierto es que quedé sorprendido por la imaginación que destilaba Harry Potter y la piedra filosofal, en la que sin duda tenía mucho que ver su autora J.K Rowling. Había en el argumento un mundo mágico y sorprendente, y no me extrañó la adicción que producía el niño mago. Yo mismo caí en la tentación de comprobar si el texto era mejor que la imagen, ya que en la pantalla, la historia me pareció aburrida, extremadamente larga y llena de altibajos. Con el segundo título de la serie, Harry Potter y la cámara secreta, me ocurrió más de lo mismo, con una única diferencia: estaba deseando que acabara de una vez todo aquello. Me resultó tan tediosa que no sabía si levantarme del asiento o acurrucarme en él para sestear.
El resumen de esta tercera entrega es sencillo: Harry Potter y sus amigos vuelven al colegio Hogwarts para cursar su tercer año de estudios y se ven involucrados en el misterio de la fuga de un peligroso prisionero llamado Sirius Black, que al parecer es culpable de la muerte de los padres de Harry.
Realmente el desarrollo de cada una de las entregas es básicamente el mismo. Primeras imágenes con Harry Potter y sus asquerosos tíos (cualquier joven en su sano juicio habría escapado al fin del mundo con tal de no estar con parientes semejantes), la llegada al colegio de jóvenes magos, la presencia de uno o dos profesores nuevos fundamentales para la historia, y el tema principal que se va imponiendo al resto de anécdotas para acabar siendo solucionado en las últimas secuencias. Un esquema clásico en forma de plantilla que se repite en cada título y que hace que el espectador se encuentre cómodo por la familiaridad de lo que está viendo.
Lo importante de Harry Potter es todo lo que rodea a Hogwarts, la capacidad de los niños de aprender magia, la amistad de los tres protagonistas (Harry, Ron y Hermione), la presencia siempre latente del malvado de toda la saga, Lord Voldemort, alrededor del que giran la mayor parte de las historias, y el lento devenir de los meses lectivos. Trasladar estos meses al papel o a la pantalla consiste en vivir su día a día, las diferentes clases, el aprendizaje del arte de la magia por parte de los niños. Parece como si uno mismo tuviera que aprender con ellos. Visualmente las películas son perfectas, increíbles, mágicas, llenas de trucos. Pero ahí queda, como en muchas de las películas que se filman en la actualidad, toda la sorpresa.
La nueva entrega de Harry Potter, El prisionero de Azkabán, está firmada por Alfonso Cuarón (que había despuntado como director de Grandes Esperanzas o Y tu mamá también). La batuta del nuevo director logra que la película adquiera un tono mucho más oscuro que los dos títulos anteriores (si bien es verdad que es a partir de esta entrega cuando la historia de Rowling comienza a perder su tono infantil para adquirir una cada vez mayor tensión dramática). Los niños han crecido, comienzan a tener dudas y a pensar por sí mismos y el argumento adquiere un carácter más sombrío. Y sin embargo transcurre la acción sin que pase nada, las imágenes se van sucediendo apenas sin ritmo, el colegio se llena de anécdotas que sirven para ampliar nuestro conocimiento sobre la institución y sus costumbres, y es sólo al final cuando la película alcanza su fuerza narrativa y se acelera, cuando verdaderamente uno comienza a disfrutar del cine. Para entonces han pasado ya más de cien minutos de imágenes y el espectador se pregunta si el protagonista será Harry o su amiga Hermione, sin duda el personaje más interesante e inteligente de las tres entregas.