La nueva etapa histórica que supuso para occidente el hallazgo de un nuevo continente hace 500 años no ha tenido parangón hasta mediados del siglo pasado con el inicio de la carrera espacial y el descubrimiento presencial de una pequeñísima parte de nuestro sistema solar.
Aún así me parece una aventura mucho más excitante la búsqueda de una ruta más rápida para llegar a las indias y descubrir América sin saberlo, que el hecho de llegar a Marte, un planeta relativamente estudiado, del que por otra parte ya se sabe donde está, y al que todavía no somos capaces de enviar un aventurero, ni genovés ni de ninguna parte no ha aparecido el Colón de la era moderna- que sea capaz de llegar hasta tan lejano planeta para contarnos lo que hay allí. Posiblemente una de las causas de este importante déficit la encontremos en que los flamantes presidentes de los E.E.U.U. con todo su poderío no le lleguen ni a la suela del calzado de los Reyes Católicos.
Una vez que la corona española tomó conciencia de que lo descubierto no era una ruta alternativa hacia las indias sino un nuevo mundo, puso manos a la obra en su labor imperialista y difusora del catolicismo en América. Asunto de suma importancia debido a que desde el punto de vista cultural la aportación española presenta dos sobresalientes aportaciones, el idioma castellano y la arquitectura en su sentido más amplio tanto religiosa como civil.
España creó ciudades, escuelas, universidades e introdujo la cristiandad en el nuevo mundo, con todo lo que supone desde el punto de vista constructivo y el hecho de que representa una de las mayores gestas del catolicismo a lo largo de la historia.
El discurrir de la colonización supuso el desarrollo paralelo de la organización política y administrativa por un lado, necesaria para la correcta gestión del nuevo mundo, con el de la eclesiástica por otro, imprescindible para la necesaria evangelización. Ambos procesos se conciben de forma próxima, aunque la historia nos muestra acontecimientos de la máxima convergencia con una buena sintonía entre las órdenes religiosas y la corona, salpicado de ejemplos de la mayor divergencia como los que supusieron la expulsión de los jesuitas de América en el siglo XVIII por incomodar los intereses regios.
En este interesante devenir histórico tuvieron un papel imprescindible las órdenes mendicantes que supieron llevar a cabo la conversión de los indios diluyendo su cultura popular ancestral donde el papel de los ritos era esencial, consiguiendo una buena comunión entre lo indígena y lo cristiano gracias a una labor misional muy bien organizada.
Bien es cierto que todos estos procesos también acarrearon un interminable número de situaciones y acontecimientos históricos de carácter negativo y vergonzante no desdeñables, para ello Doña Isabel la Católica y familia marcaron la pauta de algunos modelos imperialistas que hoy aborrecemos (por lo menos algunos ciudadanos). De momento y sin entrar en mayores polémicas al respecto, intentaremos hablar de la arquitectura que se produjo en América como resultado del proceso colonizador, del resultado de este proceso que ha llegado hasta nuestros días y de las posibilidades de desarrollo que nos ofrecen.