Muchos lo tomarán como un comentario extravagante, pero el acontecimiento no se puede definir de otra manera: en Vitoria se ha conseguido la cuadratura del círculo, se ha descubierto la piedra filosofal. Sin estridencias propias de trileros y timadores en general; sin la retórica vacua de los vendedores de humo; sin la desvergüenza, en fin, de quien de antemano sabe que va a engañar al prójimo. Y todo ello porque se ha conseguido el no va más: no sólo que las ruinas sean atractivas porque se paga (algo que cualquier terráqueo ha comprobado con salir de su casa), sino que las obras de recuperación de un edificio a punto del derrumbe se conviertan en un buen negocio.
Por supuesto, y hay que decirlo con sinceridad, los responsables de la recuperación de la catedral gótica de Vitoria no tenían in mente esta posibilidad financiera cuando en 1994 comenzaron a estudiar un templo que acababa de ingresar en la Unidad de Cuidados Intensivos después de 500 años de tratamientos de urgencia que no habían conseguido sino empeorar sus males.
Su obligación era conseguir que la catedral se mantuviera en pie. Los muros abombados, las grietas, los problemas de cimentación, en fin, la fragilidad de la estructura habían llegado al límite soportable. Se habló con un experto restaurador italiano, Giorgio Croci, que apostó por una solución drástica, la inyección de hormigón sin freno para consolidar la estructura. Según argumentaba con el convencimiento del creyente, la catedral era tan débil porque Vitoria había sufrido en siglos pasados un terremoto.
Consultados los archivos, se descubrió que en la ciudad vasca los únicos temblores registrados eran los de las distintas convulsiones políticas de esos siglos que, como bien se sabe, poco afectan a la Iglesia universal y eterna. Croci tenía poco que hacer en esta ocasión, más que nada y sobre todo, porque lo agresivo de su propuesta se vio por los expertos locales como la puntilla que podía acabar definitivamente con el templo.
Y es que después de más de cien intervenciones, cada una en sentido en contrario de la precedente (es decir, si primero se reforzaban los muros, cerrando los vanos; más tarde se volvían a abrir las ventanas buscando la luminosidad gótica), no se admitían más parches.
Así surge la elaboración de un plan director de la catedral, que apuesta por un estudio integral y multidisciplinar del edificio: una puesta en práctica de una tendencia teórica reciente, la arqueología de la arquitectura. Participan arquitectos, arqueólogos, químicos, topógrafos, ingenieros, informáticos
que parten de la necesidad de conservación del edificio con la mínima alteración de su ser y la mayor conservación de sus componentes. Es el principio de esa cuadratura del círculo, de esa piedra filosofal, que se confirma con la apertura al público de las obras, con un recorrido didáctico por las entrañas de una catedral gótica que ha asombrado por igual a Mario Vargas Llosa, Ken Follet, Bernardo Atxaga, Unai Elorriaga, Alfredo Bryce Echenique o Arturo Pérez-Reverte.
Ahora, el público, protegido por un casco de obra, paga por el disfrute no de la obra de arte, ni de sus ruinas, sino de las obras de recuperación de una obra de arte a punto del derrumbe. Y sin protestar. Es más, los visitantes salen satisfechos. Los ingresos por entrada y las ganancias indirectas que provoca este turismo son millonarios. Los sillares de la catedral de Vitoria se han convertido en oro.
Nota: este artículo es una versión informal y resumida del artículo que aparecerá en el número 9 de la revista Euskal Herria, correspondiente a los meses de abril y mayo.