Si Georg Büchner (1813-1837) hubiera muerto a una edad ordinaria podría haber sido el Príncipe o el Genio de aquel cuento de Rimbaud, que murió en palacio y que sentía el fastidio de no emplearse jamás sino en la perfección de las generosidades vulgares. Pero murió demasiado pronto, aunque dejó una obra teatral sorprendente para su juventud. Casi tan sorprendente como la del joven poeta que concluyó sus interminables vagabundeos en Aden comerciando con armas, café y esclavos la verdad siempre sucumbe ante la leyenda- y, como él, a la edad de veintitrés años ya no escribe letra alguna.
Büchner escribió un panfleto revolucionario (El mensajero de Hesse) y tres obras teatrales (La muerte de Danton,Woyzeck yLeonce y Lena); tres obras dotadas de un sorprendente ritmo cinematográfico muchas décadas antes de que ningún vidente soñara siquiera el arte cinematográfico; tres obras que presienten a Bertol Brech, Peter Weiss, Thomas Bernhard o Heiner Müller (por citar sólo autores en lengua alemana) y que -como hará en poesía el poeta de lasIluminaciones- iluminan el teatro moderno.
El taxidermista y el historiador anotan fechas en sus cuadernos intentado poner orden en los papeles y en las ideas del mundo. El poeta imita voces que el silencio grita en lo indecible, no tienen edad, siempre han habitado el mismo horizonte. Alguien descubrirá, décadas más tarde, que el desasosiego moderno no es de hoy, y nos mostrará que, aunque nuestra memoria se empeña en creer que este es un producto de última hora, esa hora lleva siglos tañendo los mismos sonidos en la campana del desamparo de nuestra condición.
El miedo sobrevive siempre al final de cualquier historia. Rimbaud también escribió un manifiesto para la Comuna de Paris, pero el aire del infierno no soporta los himnos aunque hayan sido compuestos por un maestro en fantasmagorías. Los protagonistas del Gran Drama son siempre los condenados. La verdad yace bajo las flores cuando cae el telón. Danton se presenta ante Robespierre, al que llaman el incorruptible, sin esperanza ni desesperación. Sabe que allí donde acaba la legítima defensa empieza el asesinato. Siempre hay una guillotina y un tiempo de Thermidor, siempre hay un aprendiz que mea sobre una cruz para que muera un judío.
A Danton le hablan de una enfermedad que hace perder la memoria, la muerte debe ser algo parecido. No hace falta acusación, para el tribunal es culpable quién teme y nadie está libre del miedo. Nosotros también somos canallas y ángeles, idiotas y genios, todo en uno. Esas cuatro cosas caben en un cuerpo, no son tan grandes como parece. Da igual el lugar y el tiempo. Siempre los verdugos quieren ser más crueles que la muerte, siempre, pero nunca consiguen impedir que las cabezas se besen en el fondo del cesto.