Entró por una rendija de la ventana como el espíritu ascendente del día muerto. Tenía ese color inaudito que sólo adornan a los objetos que se sueñan. Él la miró espantándose la fiebre de las pupilas. Los ojos rotos de delirio. Creyó que no la veía, que era una más de esas alucinaciones que le violentaban las sienes, empapadas de tabaco y absenta. Pero pronto comprendió que de la esquizofrenia nunca brotan milagros con alas.
Quise pintarla escribió a su hermano. Pero hubiera tenido que matarla
y no puedo matar a un ser tan bello.
La compasión dejó la vida intacta, pero asesinó de golpe la inspiración que hubiera eternizado una existencia tan efímera. El lugar que en los museos no ocupa hoy el lienzo jamás pintado es otro tributo más de Vincent a la belleza. A la belleza despedida por la noche, cargando el espíritu de un día muerto sobre la espalda.